Confieso que la idea de hacer Ciudad Perdida ni se me pasó por la cabeza cuando preparaba la travesía por el Caribe colombiano de tres semanas. Pero, entonces, mi amiga me comentó que alguien le había recomendado ir hasta allá.
Yo también había escuchado hablar de esas ruinas precolombinas en plena Sierra Nevada de Santa Marta, pero no me habían atraído demasiado. Además, para realizar la ruta hasta Ciudad Perdida se necesitaba un mínimo de cuatro días y me parecía que perderíamos mucho tiempo. También, me preocupaba mi trabajo, pues dejarlo cuatro días de lado era muchísimo, ¿no? Qué le vamos a hacer, es a lo que nos han acostumbrado a los autónomos.
Sin embargo, poco a poco la idea comenzó a tomar forma. De hacerme poco o nada de ilusión, empezó a ser el epicentro del viaje: todo giraría en torno a Ciudad Perdida. Y así es cómo una travesía de cuatro días por la selva con un objetivo muy claro (llegar hasta esas ruinas de la civilización tayrona alejadas de la mano de Dios) se convirtió en la GRAN aventura después de seis meses en Colombia y, probablemente, en el reto físico más grande y duro de mi vida.
¿Qué es Ciudad Perdida?
Para que mi gente de España comprendiese qué era aquello que iba a hacer que me iba a tener cuatro días sin cobertura, comentaba que Ciudad Perdida era algo así como un Camino de Santiago. Esto significa que no es una caminata de tres horas por la selva y de vuelta a tu alojamiento. Se trata de un recorrido circular y con un claro objetivo, por lo que la travesía se organiza en etapas y cada día se duerme en un refugio diferente en la selva.
Pero, ¿qué es Ciudad Perdida? También denominada Teyuna, se trata de una antigua ciudad tayrona (una civilización que habitaba en la Sierra Nevada de Santa Marta antes de la llegada de los españoles). Víctimas de las enfermedades que trajeron y probablemente también por las guerras, los tayronas se extinguieron. En la actualidad, esta selva está habitada por etnias descendientes de los tayronas: wiwas, koguis, arhuacos y kankuamos.
Ciudad Perdida puede compararse en cierto modo con Machu Picchu en el sentido de que también son ruinas de una ciudad prehispánica, si bien su acceso no es tan fácil ni está al alcance de todos como en el caso peruano. Construida entre los siglos XI y XIV, se calcula que fue abandonada en el siglo XVI, cuando los tayronas decidieron escapar de los invasores a zonas más elevadas.
No se volvió a saber nada más de este asentamiento (que, según se dice, pudo estar habitado por hasta 4.000 pobladores) hasta que en la década de los 70 fue descubierto bajo un espeso manto verde. Algo curioso es que, de acuerdo a nuestro guía de etnia wiwa (cuya comunidad, como mencioné anteriormente, desciende de los tayronas), no es el único vestigio de aquella civilización, sino que la Sierra Nevada de Santa Marta está plagada de tesoros por descubrir, si bien estas comunidades indígenas prefieren mantenerlos en secreto.
¿Cómo es el recorrido?
Si tuviera que emplear una sola palabra, diría: ¡¡duro!! Lo cierto es que la caminata a Ciudad Perdida no es para todo el mundo, incluso ni para mí, que una vez subí el pico Almanzor, en la Sierra de Gredos, y me pasé una semana sin poder andar literalmente.
Como comenté líneas más arriba, se trata de un recorrido circular, es decir, sales del punto A (El Mamey) y, cuatro días después, llegas a ese mismo punto A deseando que te corten las piernas (o lo que queda de ellas, teniendo en cuenta los golpes, las caídas, las picaduras de mosquito…). Desde el inicio del recorrido hasta Ciudad Perdida son 23 kilómetros, por lo que, en total, son 46 kilómetros en 4 días.
Cabe señalar que es una travesía que solo puede hacerse con guía, esto es, a través de una agencia. Por lo general, se ofrece el recorrido en 4, 5 o 6 días, siendo la primera opción la más exigente, ya que es la misma distancia en menos tiempo.
En el recorrido hay de todo: caminos llanos, subidas, bajadas, sendas pedregosas, barro, ríos que atravesar… Es decir, son caminos variados a los que hay que sumar las inclemencias meteorológicas. Recuerda que estás en la selva y eso supone una humedad de en torno al 80%, lo que se traduce en sudar como una cochina desde el minuto uno.
Lluvia, caminos de lodo, humedad y mucho cansancio
Por supuesto, también estarás a merced de la lluvia que, dependiendo de la época del año, podría ser más o menos intensa. Como habrás adivinado, a una aventura de este tipo nadie se lleva paraguas, por lo que tienes que estar preparado para empaparte de arriba abajo, la ropa, las botas… y asumir que nunca las vas a volver a ver secas en lo que dure la expedición.
Lo más gracioso llega de la combinación de la lluvia y los caminos de tierra. Sí, lo has adivinado, atravesar espectaculares ríos de lodo, resbalarte, caerte, meter la pierna hasta la rodilla en ellos…, todo eso forma parte de Ciudad Perdida.
Por si fuera poco, a todos estos elementos hay que sumar el cansancio que vas acumulando día a día y el hecho de que tu mochila va siempre contigo y, misteriosamente, cada día va pesando más, debido a que cada vez hay en ella menos ropa seca y más mojada.
Entonces, llega el tercer día, el más esperado. Comienza fuerte porque, como los anteriores, toca levantarse a las 5.00 am, pero también toca cruzar el río Buritaca que, en este tramo, te llega por la cintura y trae fuertes corrientes, tantas que parece que te va a arrastrar. Con medio cuerpo mojado (incluidas las botas que, como nunca se llegaron a secar tras el diluvio del primer día, ya ni te las quitas para atravesar los ríos), ahora hay que subir la friolera de 1.200 escalones de piedra resbaladizos y estrechos. Lo bueno es que después de todos esos obstáculos, por fin estás en Ciudad Perdida.
Más emocionante incluso que Machu Picchu
Tengo que decir que las imágenes que había visto por Internet no me habían impresionado. Además, un par de meses atrás había visitado Machu Picchu, espectacular incluso en las propias fotos, así que lo esperaba menos sorprendente. Mira que Machu Picchu es una de las Maravillas del Mundo y el entorno es increíble. Pero creo que la sensación de estar en Ciudad Perdida es incluso más emocionante. Emocionante para nosotros, porque para las comunidades indígenas que habitan en la Sierra Nevada, es más que eso, es sagrada.
Y es que, piénsalo, estás sobre una antigua ciudad de hace varios siglos, dominada por una atmósfera casi mística y mágica. Aquí no están las aglomeraciones de Machu Picchu. Nadie se pelea por hacerse un selfi en el mejor lugar, simplemente porque no hay mucha gente. Está tu grupo y un par más.
Y te sientes afortunada porque es un sitio que solo contadas personas tendrán la oportunidad de ver con sus propios ojos. Como digo, no es un recorrido apto para todos los públicos y solo es accesible a pie. También en helicóptero, pero solo para suministrar alimentos a los militares allí desplegados. Estos se encargan de supervisar el área para evitar que posibles grupos armados se adueñen del sitio.
En medio de esa semi-espesa niebla matutina que paulatinamente se va abriendo, aparecen unas enormes terrazas circulares. Aquí, antiguamente, se asentaban los hogares de los tayronas, con techos de paja, parecidos a los poblados wiwa y kogui que pueden verse durante el recorrido.
Y llegas a la cima, observas su inmensidad y te das cuenta de que ninguna foto es mínimamente comparable a lo que estás viendo. Entonces, es el momento de visitar la casa del Mamo o líder espiritual indígena. A nosotros no nos quiso recibir porque estaba el hombre muy ocupado, así que nos quedamos sin su bendición para iniciar el retorno.
El día a día en los campamentos
Aparte de la llegada a Ciudad Perdida (exhausta a más no poder) y los paisajes durante el recorrido, algo que me encantó fue el día a día en los campamentos. En nuestro grupo éramos cinco personas más nuestro guía. Eso significaba cuatro días de auténtica convivencia.
Cada día nos levantábamos a las 5.00 am, desayunábamos juntos cuando aún no era ni de día, ultimábamos nuestra mochila y emprendíamos la marcha. Durante el recorrido, se hacen varias paradas para comer fruta y reponer fuerzas y también para almorzar. En torno a las 17.00 horas se llega al alojamiento de turno, por supuesto, nada lujoso y muy sencillo. El ambiente me recordó a mis campamentos infantiles, con baños y duchas compartidos bastante rudimentarios, un área común y la zona de las camas.
Estos refugios tienen techo, pero no tienen paredes, lo que significa que duermes totalmente en la naturaleza. Escuchas la lluvia caer con fuerza por la noche, el río, los bichitos que intentan entrar en vano en tu cama (bendita mosquitera)…
Lo cierto es que uno de los mejores momentos del día era llegar al campamento, ducharnos, ponernos algo limpio y seco (que, con el paso de los días, escaseaba) y sentarnos a esperar la cena. Aprovechábamos para contarnos las anécdotas del día y, por fin, descansar un poco las piernas. A eso de las 21.00 horas, todo el mundo a dormir. Y créeme que te dormías enseguida, ya que el cansancio físico era brutal y el despertador volvía a sonar a las 5.00 am del día siguiente.
Era el momento, entonces, de colgar toda tu ropa mojada (ya fuera por el sudor, la lluvia o por haber cruzado un río o todo junto) en balde, porque al día siguiente amanecía exactamente igual. También, de levantar rápidamente un trozo de la mosquitera que recubría toda tu cama antes de que cualquier ingrato se uniera a dormir contigo, entrar en la cama, echarte repelente, meterte en tu saco-sábana para aislarte de la mugre de las sábanas y mantas y, finalmente, dormir.
Nuestro guía
Creo que no pudimos escoger mejor la agencia con la que hacer este trekking a Ciudad Perdida. Y es que el hecho de que fuera la única agencia con guías indígenas nos convenció de lleno. Nuestro guía, probablemente, no era el más hablador, ni el que tenía más don de gentes, pero gracias a él nos pudimos meter más en la experiencia. De etnia wiwa, nos contó muchas de las tradiciones de su comunidad y, lo mejor, en primera persona. Está claro que muchos otros guías pueden saber muchas historias de Ciudad Perdida, pero nunca será lo mismo.
La casa de nuestro guía es la Sierra Nevada de Santa Marta. Él vive en un poblado bastante rudimentario como aquellos que vimos durante nuestra caminata. Según nos relataba, este recorrido que a nosotros se nos hacía durísimo, para él era algo habitual, que casi llevaba haciendo desde pequeño, cuando iba con sus papás de poblado en poblado caminando por esos abruptos caminos.
Es más, en bastantes ocasiones nos cruzamos con indígenas wiwa y kogui ataviados con su tradicional vestimenta blanca y descalzos. Nosotros con nuestras superbotas último modelo y ellos con los pies desnudos. Y es que ¿quién no va descalzo en su propia casa? Pues eso.
Una última reflexión
Por supuesto, todo esto te hace reflexionar bastante. Por un lado y como ya llevo experimentando desde que llegué a Colombia, por desgracia los españoles siempre son los protagonistas de cualquier historia y no precisamente por ser los buenos de la película. Así que a mí que me diga un autóctono (y sin odio, que conste) que sus antepasados murieron a causa de los tuyos, me parece bastante fuerte.
Al mismo tiempo, te hace darte cuenta de que esta gente, que vive en su selva sin hacer daño a nadie, con el mínimo o nulo impacto medioambiental, la de mierdas que tienen que soportar de los que somos supuestamente los «civilizados». En el caso de Colombia, guerrillas, paramilitares, expropiaciones, desplazamientos forzados, deforestación… Y, joder, es su casa.
Ya lo dije antes, una experiencia transformadora e inolvidable en todos los sentidos.