Pamukkale significa «castillo de algodón» y es que, precisamente, ese es su aspecto: el de una enorme montaña blanca. Desde el propio pueblo que lleva su mismo nombre no se aprecia su gran tesoro: las piscinas naturales que acoge en su interior.
Con tanta emoción que nos suscitaron las piscinas, prácticamente nos olvidamos de Hierápolis, las ruinas de una antigua ciudad. Ahora veo las fotos en Internet y me arrepiento mucho de no haberlo visitado.
Bueno, llegados a este punto, quizás os preguntéis cómo llegar a Pamukkale. Solo os puedo hablar de mi experiencia. Denizli tiene aeropuerto, así que si podéis llegar hasta aquí en avión tendréis bastantes opciones de autobuses que os lleven hasta Pamukkale. Si el vuelo sale demasiado caro, siempre os quedará la alternativa de volar hasta Estambul y de ahí coger un autobús desde la estación.
El aeropuerto de Estambul-Ataturk corresponde a la parada de metro Havalimani y desde aquí se debe llegar hasta Otogar, unas 10 paradas y sin hacer transbordo. La estación de autobús Esenler Otogar es un poco caos (supongo que como todo en Turquía), no os esperéis una convencional. Hay que salir a la calle y allí encontraréis miles de establecimientos con las marcas de cada compañía. Mi autobús fue de la empresa Pamukkale, un autobús de super lujo, todo hay que decirlo, con wifi, pantalla en cada asiento y azafato que te ofrecía de beber y chocolatinas a cada rato.
Eso sí, las 11 horas de viaje son irremediables…