30 días en Tanzania, 30 primeras impresiones

Safari en Tanzania

Ya son 30 días en TanzaniaÁfrica lleva años entre mis planes, pero la pandemia los mandó al carajo. Este 2022 parece que los planetas se alinearon y, por fin, estoy aquí, cumpliendo un sueño. Para ser sincera, Tanzania nunca estuvo en mi mente. Su principal inconveniente (ser demasiado turística) curiosamente se convirtió en su principal virtud . África no parece a priori el mejor continente para trabajar en remoto, así que, sin que sirva de precedente, no quedaba más remedio que empezar por lo fácil. Por estar bastante orientada al turismo, Tanzania ofrece más infraestructuras que, quizás, sus vecinos. Otros países que sí estaban en mi mente como Malawi, Namibia o Botswana tendrán que esperar.

Cuando viajas, por mucho que te esfuerces en establecer una rutina (obligatoria en mi caso, por estar trabajando), no lo consigues. Aquí en Tanzania mucho menos. Cada día es impredecible, divertido y lleno de sorpresas. La calma que sientes entre las cuatro paredes de tu habitación se acaba cuando sales a la calle. Entonces, llega el ajetreo, los vendedores ambulantes, el griterío, los niños corriendo, las motos y bicicletas abriéndose paso entre los viandantes por callejuelas estrechísimas, los desniveles del terreno, etc. Vamos, que debes tener todos los sentidos ON. En Tanzania me pasa que a veces acabo hastiada del trabajo, salgo a buscar comida y empieza una nueva aventura. No sé cómo lo hacen, pero los tanzanos consiguen sacarme una sonrisa siempre y se me olvidan las penas (que tampoco son muchas, la verdad).

Este primer mes ha servido de toma de contacto para ir descubriendo un país más allá de sus safaris y sus playas. En estos 30 días he estado fundamentalmente en la isla de Zanzíbar, así que casi toda mi experiencia y mis impresiones han salido de este lugar. ¡Empezamos!

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1. Hacer un safari en Tanzania, la GRAN experiencia

Entre las mejores experiencias de viaje de mi vida está haber hecho un safari en Tanzania. No sé si por ser el primero de mi vida o por haberlo hecho en el increíble Parque Nacional del Serengeti, pero lo disfruté desde la primera cebra que vi hasta el último ñú. Un safari hace mucha ilusión cuando lo planeas, aunque no dejas de preguntarte si acabará haciéndose aburrido dado que estás 5 días metida en un jeep persiguiendo animales. La respuesta es que NO. Es cierto que hay animales que emocionan menos cuando ya has visto 500, pero ver jirafas o elefantes a dos metros de distancia me siguió impresionando hasta el último día. El safari en Tanzania fue caro, pero mereció la pena hasta el último céntimo. Y más si compartes esta experiencia con amigos tan guays como los míos (Laida, Víctor y Luismi, ¡os sigo echando de menos!).

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2. Cada rincón es fotogénico

En mis días en Stone Town (capital de Zanzíbar), tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no fotografiarlo todo. Cada rincón me parece digno de una fotografía: desde una fachada con un balcón de madera medio derruido hasta un vendedor que descansa bajo su sombrero árabe o unas señoras ataviadas con su burka y un canasto sobre la cabeza. En ocasiones, me siento como fuera del paisaje, como si fuera la espectadora de un documental en la televisión. Me sigue pareciendo mentira muchas veces cómo yo puedo estar en medio de esa vida que transcurre junto a mí y que es tan diferente a la mía.

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3. El turismo de resorts

Después de todo el polvo que tragamos en el safari por el Parque Nacional del Serengeti, cráter del Ngorongoro, lago Manyara y Parque Nacional Tarangire, decidimos que necesitábamos un poco de lujo. Entonces, nos fuimos a la parte norte de Zanzíbar, la más turística y plagada de resorts todo incluido. En medio de esas prestaciones tan de Primer Mundo te olvidas de dónde estás. Así que imagina qué ocurre con todos aquellos que han ido del aeropuerto directamente al hotel y de ahí otra vez al aeropuerto. Pues te lo digo yo: que no se enteran de nada. En esas playas paradisíacas de arena blanca y de aguas cristalinas tu única conexión con la realidad son los vendedores de artesanías que esperan impacientes a que te levantes de la hamaca para poder acercarse a ti. Hasta yo tuve la tentación (que no el presupuesto) de quedarme ahí por un tiempo largo, pero ¿realmente para eso había venido a África?

4. En medio del caos… la seguridad

El día que me despedí de mis amigos, me despedí también de ese maravilloso resort todo incluido. Una despedida que fue difícil hasta para mí, que soy un alma hippie y aventurera. Entonces, reservé esa misma mañana un hostel para los siguientes días en Nungwi, supuestamente el enclave turístico por excelencia de Zanzíbar. Nungwi tiene playas de impresión, varios hoteles de lujo y algunos restaurantes buenos, pero lo que no tiene este pueblo son calles asfaltadas. Andar por ellas en chanclas o mirando el móvil es una papeleta para torcerte un tobillo. Pero, entonces, estás paseando sin rumbo y de repente llegas a la parte del pueblo donde viven los locales y te quedas flipando. Ves niños llenos de arena, gente caminando descalza y chabolas destartaladas. Ni el estrato 1 de Colombia, nada que ver. Me impresionó, para qué voy a mentir. Por su parte, Stone Town es una ciudad con encanto, pero es un encanto decadente, de edificios medio cayéndose, cables sueltos, sin apenas iluminación nocturna. En muchas calles tienes la sensación de que ayer mismo cayó una bomba. Es un escenario que te parece hostil en un principio, pero poco a poco te das cuenta de que en medio de ese caos está la belleza y también la seguridad. Porque de noche son calles vacías, oscuras, silenciosas, pero en las que no sientes miedo, solo paz.

 

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5. Si no es la electricidad, es el agua

Esos pequeños lujos que tenemos seguros en España, como son la electricidad y el agua, aquí es como el Día de Reyes Magos. Te levantas, abres el grifo o enciendes la luz y te sientes superafortunada porque te vas a poder duchar con agua caliente esa mañana. Y si no, pues toca irse a una cafetería a trabajar y a cruzar los dedos para que, cuando regreses, haya vuelto lo que se había ido.

6. Los dala-dala, las busetas locales

Los dala-dala son unas busetas que yo clasificaría en tres tipos. Por un lado están los dala-dala convencionales que tienen sus asientos y todo, aunque eso no significa que sean cómodos. Por otro lado, están los dala-dala que parecen de transporte de animales porque vas sentado como en un tablón de madera hiperincómodo y, lo peor, puede llegar a ir hasta los topes por lo que olvídate de tener espacio vital. Esta segunda tipología tiene unas rendijas por las que pasa el aire. Por útimo, están los dala-dala tipo camionetas pick-up que tienen la parte trasera descubierta supuestamente para transportar carga. Pero no, ahí vas tú sentado. ¿Que cuál prefiero? 🥺

Uno de los tipos de dala-dala

7. Los turistas somos ‘mzungu’

Hay una palabra del swahili que me hace mucha gracia y es mzungu, que significa “blanco”. Y es que es el término que los tanzanos utilizan para referirse a nosotros, los turistas blancos. No nos llaman turistas o extranjeros, sino blancos. Así que me puedo imaginar el contexto cuando voy por la calle con alguien y le preguntan: “Oye, ¿y esa blanquita sexy quién es?”.

8. La gente es lo más amable que he visto

Hasta aterrizar en Tanzania (o en Zanzíbar en concreto), el país en el que había recibido un trato más cálido era, creo, Azerbaiyán. Allí era increíble, me hacían sentir como Shakira, todos querían ser mis amigos y se volvían locos cuando les decía que era española. Pero entonces llegué a Zanzíbar y de repente me vi por la calle saludando a todo el mundo: Jambo, mambo (hola, qué tal). Esto es el pan de cada día y de cada esquina. Absolutamente todo quisqui te saluda, te pregunta qué tal, de dónde eres o te acompaña un poco para darte charla. Lo hacen por inercia, claro, porque viven del turismo y se toman muy a pecho cuidar al turista. Pero en mi caso, casi como local mzungu, cada día que pasa el saludo es más personalizado. Muchos se acuerdan ya de mi nombre (aunque yo de casi ninguno) y se acercan a hablar conmigo como si fueran mis vecinos o amigos que hace tiempo que no veo. Es sorprendente lo amigables que son y, por ende, lo fácil que es hacer amigos.

Algunos de los tanzanos con los que me cruzaba todos los días en Zanzíbar

9. Casi todos hablan inglés, pero también francés e italiano

Como he dicho, Zanzíbar sobrevive gracias al turismo. Por eso, lo normal es que, aparte del swahili (la lengua más hablada en Tanzania), todos chapurreen algo de inglés y muchos lo hablen bastante bien. Debido a la enorme afluencia de turistas italianos y franceses, es habitual que hablen estos idiomas. Sobre el español, casi todos saben decir alguna que otra palabra.

10. La pobreza es una constante

Supuestamente la isla de Zanzíbar es la niña mimada de Tanzania, su destino turístico por excelencia. Y sin embargo, la verdad es que está que se cae a trozos. No hace falta salir de las zonas más turísticas para darse cuenta de la realidad. Muchas personas van con ropa raídas y sucias; otras van descalzas o con chanclas hechas mierda. Pero no desentonan, no llaman la atención, porque todos lucen parecidos. Es como si no hubiera clase media. En estos días he conocido a un chico que se dedica a la venta de suvenires y que, una vez, me señaló dónde vivía. Por la fachada roñosa y agrietada me pude imaginar cómo era el interior. Me dijo que paga 50 dólares al mes porque es una vivienda social del Gobierno. Mucho dinero me pareció. Y acto seguido, me dijo: Andrea, es que yo soy pobre.

11. Hacer amigos es muy fácil

Los zanzibareños son gente muy maja, pero claro, se junta que yo también lo soy 😆. ¿El resultado? Que hacer amigos resulta de lo más fácil y natural. Cada día surge algún acompañante callejero nuevo, alguien que se sienta a tu lado a comer, que te invita a entrar en su tienda o que simplemente te pregunta si estás perdida. Sí, ser mzungu es un aliciente para ellos. Aunque estamos por todas partes les seguimos dando mucha curiosidad.

12. Delicias de mar: gambas y pulpo

Estamos en una isla, ¡se nota! Vayas al restaurante más pijo o al más cochambre, siempre habrá algún plato de gambas, de pulpo (el plato estrella) en salsa de coco o calamares. Todo ello acompañado de arroz especiado debido a las influencias de la gastronomía india y de panes muy ricos tipo naan o pita.

13. Kilimanjaro, Serengeti y Safari: las marcas de cerveza

En Tanzania queda claro qué es lo que se viene a hacer. Por eso, sus tres marcas de cerveza más famosas son la Kilimanjaro (en honor a la montaña más alta de África), Serengeti (por el Parque Nacional más popular) y Safari (por el plan ineludible en Tanzania). El eslogan de la cerveza Kilimanjaro es bastante top: “Si no puedes subirlo, bébetelo”.

14. Zanzíbar es caro

Ya lo observé en los días de safari al comprar snacks en tiendecitas de la carretera. ¡Te cobraban unas patatas a precio de oro! En Zanzíbar ha quedado corroborado. Esto es Tercer Mundo con precios del Primer Mundo. En cuanto una cafetería o restaurante es un poco más moderno, los precios suben como la espuma. Para encontrar precios bajos tienes que irte a bares muy muy locales. Entonces, ahí sí la comida te puede salir por 2 euros. El otro día me lo advertían en la Oficina de Inmigración: “Cuando solo éramos negros, todo era muy barato. Los precios subieron cuando llegásteis los europeos”. Pues eso.

15. Es África, pero no te mueres de calor

En mi cabeza me imaginaba hacer el safari sudando la gota gorda, pero nada más lejos de la realidad. Es más, por las noches dormíamos con nórdico y nos poníamos chaqueta y bufanda para cenar. Escribo estas líneas mientras en España estáis con una de tantas olas de calor y yo mientras aquí con mi brisa oceánica y sin pasar demasiado calor durante el día. ¡Es lo que tiene viajar en el invierno africano!

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16. Hay mosquitos, pero no tantos

Durante el safari, los mosquitos no hicieron apenas aparición. Tan solo alguna que otra mosca tse-tse. En Zanzíbar, la cosa ha cambiado un poco, aunque tampoco tanto. Sí que ya empiezan a darse el festín conmigo, pero no como esperaba. Sobre todo tengo picaduras en los tobillos porque se consiguen colar aun llevando pantalón largo y alguna que otra en los brazos. Aunque estoy en tratamiento preventivo permanente contra la malaria, según parece aquí se toman solo una pastilla al mes y solo en la época de lluvias que es cuando sube la incidencia (ahora estamos en la época seca).

17. Pole-pole o cómo aprender a no tener prisa

Los mzungu no tenemos remedio. Por eso, una de las expresiones más utilizadas en swahili es pole-pole (lento-lento). También, hakuna matata (no hay problema). Esto es África, amigos, y aquí las cosas se toman con calma. Afortunadamente para mí, yo viajo sin prisas, por lo que no he tenido grandes sustos ni agobios. De dos vuelos nacionales que he cogido, uno me lo han retrasado y, en el caso de los autobuses, salen una vez que están llenos. Por eso, recomendación a los viajeros estresados: Nada de planear cosas demasiado seguidas si no quieres que se te caigan los planes uno tras otro porque tu avión se retrasó o se canceló.

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18. Mundo islámico: llamada a la oración y conservadurismo

En los últimos años me he aficionado a pasar los veranos en países musulmanes. En Zanzíbar, la mayoría de la población profesa el Islam y eso queda patente en muchos aspectos de la vida. En primer lugar, en su indumentaria y en cómo debe ser la tuya. Muchos hombres van con túnicas, mientras que las mujeres, son bastantes las que van con burka, es decir, absolutamente cubiertas. Por eso, yo tenía muy claro que mi ropa convencional de verano se iba a quedar en España y, en su lugar, optaría por una más discreta. Solo en Stone Town hay 52 mezquitas, por lo que es más que posible que tu alojamiento esté al lado de alguna. Por tanto, que te despierte la llamada a la oración a las 5 am es una cosa contra la que no puedes luchar.

Esta es la vestimenta típica en Zanzíbar

19. Las playas son auténticos paraísos

Las playas son la joya de Zanzíbar. En la mayoría de la isla, la arena es blanca y el agua es cristalina. A eso se suma que muchas zonas tienen palmeras, por lo que el ambiente es de auténtico Caribe. Sin embargo, hay que considerar factores como el viento y las mareas. En lo que respecta a las mareas, hay que tener en cuenta cuándo es marea alta y baja. Por ejemplo, en Nungwi (al norte de la isla), con la marea baja puedes cruzar perfectamente de una cala a otra a pie, pero no así con la marea alta. Sin embargo, con la marea baja puede ser arriesgado bañarte porque es más que probable que te topes con algún cangrejito peleón mientras vas a tu encuentro con el océano.

Las playas que tengo más trilladas son las del norte y este de la isla. Todas ellas son igual de espectaculares, pero ¿sirven para lo mismo? Lo cierto es que no. Como aficionada a tomar el sol, las del este no me sirven mucho. Vayamos por partes. Si lo que buscas es tomar el sol y disfrutar de unas aguas tranquilas y agradables, las playas del norte como Nungwi o Kendwa son las predilectas. ¿Y qué pasa con las de este? Que, por sus condiciones de viento, están concebidas para deportes como el kitesurf. Por eso, aunque las imágenes de palmeras descansando sobre la arena blanca de las playas de Matemwe, Paje o Jambiani parezcan tentadoras, lo cierto es que es un tormento intentar tomar el sol con tanto viento.

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20. Los baobabs y las acacias han conquistado mi corazón

Desde que he conocido el maravilloso mundo de los baobabs y acacias (estos últimos, los árboles por excelencia del Serengeti), ahora las palmeras ya no son las únicas que habitan en mi corazón. Algo que me ha encantado descubrir es el ubuyu, el fruto del baobab que aquí mezclan con especias y ¡está muy rico!

Paisaje típico en el Serengeti

21. WiFi, ese gran desconocido

Si había algo que me quitaba el sueño al planear el viaje a Tanzania no eran los bichos, la malaria o la seguridad, sino el WiFi. Por eso, lo primero que hice al llegar a Dar es Salam fue hacerme una tarjeta SIM. Sobre el acceso a Internet tengo que decir varias cosas. La primera es que el WiFi que ofrecen en los hoteles suele ser una basura, por lo que siempre acabo tirando de mi tarjeta SIM. La cobertura móvil, así, me ha sorprendido gratamente, por lo que no he tenido grandes problemas de conexión. Es cierto que en las callejuelas de Stone Town la cobertura brilla por su ausencia, pero hasta en el safari casi siempre tenía.

22. La isla de las especias

Bienvenidos a Zanzíbar, la isla de las especias. Esta es la carta de presentación de este lugar tan especiado. Basta con pasearse por su mercado más famoso, el Mercado Darajani, para descubrir la variedad de especias que hay y que tan bonitas están empaquetadas para que los turistas se las lleven a casa. Entre los tours que ofrecen, de hecho, hay excursiones a plantaciones.

23. Transportes más allá de los dala-dala

En Tanzania, todo lo que tenga ruedas es susceptible de convertirse en un transporte público. Así, están los boda-boda, que son motos que, si mal no entendí, se denominan por la forma en swahili de llamar a los atajos. Son motos, sí, así, tal cual. De repente vas por la calle y alguien te ofrece llevarte en su moto hacia donde vayas. Después están los bajaji o tuktuks, que ya había utilizado en Colombia y que son muy habituales en Asia.

Los famosos tuk tuks

24. El pueblo masái, entre Kenia y Tanzania

El primer día de safari, cuando te estás acercando al Parque Nacional de Tarangire, empiezas a ver pastores que van ataviados con lo que parece una manta a modo de vestido y chancletas. Son los masáis, un pueblo nómada dedicado al pastoreo. Su presencia se hace cada vez más frecuente y comienzas a ver también sus poblados compuestos de chozas de paja fundamentalmente. El pueblo masái habita sobre todo en el sur de Kenia y norte de Tanzania. Pero entonces llegas a Zanzíbar, a la playa, y ves también masáis, con sus mantas, un cuchillo al lado (para matar serpientes o cualquier animal que pueda atacar) y un palo en el otro. No es la costa el hábitat de esta tribu, desde luego, y, según me cuentan, vienen a buscar turistas que se sientan atraídas por este exotismo. Asimismo, debido a que muchos son “guerreros masái”, es habitual que los contraten en los hoteles como vigilante de seguridad.

Masáis en una playa de Nungwi

25. ¿Cubiertos? No, gracias

Los zanzibareños no comen con cubiertos. Como mucho, pueden usar la cuchara, pero no el cuchillo ni el tenedor. Es habitual verlos comer con las manos incluso alimentos tan complicados de manipular como el arroz. Parece ser que muchos ni siquiera saben cómo usar un cuchillo y tenedor. De hecho, en mi casa solo he visto cucharas y algún cuchillo.

26. Los atardeceres africanos

Entrando en el Parque Nacional del Serengeti se averió un jeep y nuestro conductor tuvo que bajar a ayudar porque pronto se haría de noche. Entonces, aprovechamos para hacernos fotos en ¡el puñetero Serengeti! Además, coincidía con el atardecer. Así, ya de primeras, un atardecer en el Serengeti. ¡Tanto tiempo esperando ese momento! Me acuerdo el selfi que me tomé, que parecía que estaba en el descampado de detrás de mi casa porque ciertamente no habíamos parado en la parte más bonita del Serengeti. Me dio igual, ¡me parecía increíble estar allí! Después, ya en el jeep continuaríamos nuestro camino con el sol cayendo, atisbando siluetas de elefantes y jirafas a lo lejos que se fundían con los colores del cielo. Y es que sí, hay algo de místico en los atardeceres africanos y, por eso, uno de los planes por excelencia de Zanzíbar es subirte a un rooftop a contemplar uno de esos atardeceres con los que los viajeros que estamos en África tanto hemos fantaseado.

Atardecer en la playa de Kendwa

27. Ver el Kilimanjaro, oh yeah

Después de no sé cuántas horas de avión y no sé cuántos vuelos, volaba desde Kenia por fin con destino a Tanzania. Entonces, miré por la ventana y ahí estaba él, el Kilimanjaro, la montaña más alta de África con 5.895 m, dándome la bienvenida al continente. Se veía perfectamente desde el avión y probablemente desde el suelo firme nunca pueda verse así.

El Kilimanjaro visto desde el avión

28. Aviones que hacen paradas como si fueran autobuses

En Tanzania vi una cosa muy extraña que no había presenciado nunca: viajé en un vuelo que hacía paradas. Y es que yo cogí un vuelo en Arusha y mi destino final era Dar es Salam, pero antes se pasó por Stone Town para dejar y coger pasajeros. Sí, el avión paraba unos minutos, los suficientes como para que bajasen unos y subiesen otros y ¡a volar de nuevo!

29. La vida en las calles

Recientemente hemos estado de celebración. En estos días ha tenido lugar la Fiesta del Cordero. Literalmente todo el mundo se ha echado en la calle, pero en el amplio sentido de la palabra. Porque sí, porque los zanzibareños cogen la alfombra de casa y te la plantan en medio del paseo marítimo y ahí hacen su picnic. O si no la plantan enfrente de mi casa para jugar a las cartas hasta las tantas y no dejarme dormir. Pero, además, prácticamente todas las calles tienen como unos poyetes que emulan a sofás y ahí los ves a ellos, sentados tranquilamente, hablando, como si estuvieran en el sillón de su casa. Y es que mucho me temo que precisamente están ahí porque no tienen sofá en casa.

Niños jugando en la calle

30. Ahora quiero tener una casa para decorarla con las artesanías

Me encantan todas las artesanías: desde las máscaras de las tribus a los pareos con motivos africanos, las figuritas de masáis, las esculturas de elefantes y jirafas, los cubiertos y platos de coco, las puertas de Zanzíbar y, por supuesto, los cuadros. Sí, quiero tener miles de esos cuadros de atardeceres, de retratos, del día a día en las aldeas y, en definitiva, de la vida en África. Quiero tener ya una casa donde ponerlos todos.

Tienda de artesanías en Stone Town

0 respuestas

  1. Guau Andrea!!!!!, como siempre ,porque siempre lo consigues, me transportas hasta el último rincón donde hayas estado, describiendo todo como tan bien sabes hacerlo. Ya estoy deseando leer el siguiente

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