Viajar a África es toda una experiencia y, sobre todo, si te quedas cuatro meses. A pesar de que he tratado de mantener en todo momento los estándares de España en cuanto a alojamiento y alimentación, no siempre ha sido posible. El confort y paz de tu habitación se acaba en cuanto atraviesas la puerta. Entonces, te encuentras con la realidad. Las calles son polvorientas, con baches y agujeros. Hay ruido y ajetreo en todas partes. Tuk-tuks (o bajajis), motos que se te cruzan, bicicletas, gente empujando carros, vendedores ambulantes y un sinfín de cosas más que te hacen tener que estar con mil ojos.
Exceptuando Zanzíbar y los parques nacionales, el resto de Tanzania es poco o nada turístico. Esto significa que eres el centro de atención. Eres blanca y no pasas desapercibida. Todo el mundo te mira, quiere hablar contigo y te lo hace saber. En según qué sitios igual eres el único blanco que ha pasado por ahí en varios días o semanas, lo que significa que eres la atracción. En otros, los niños se te quedan mirando como si hubieran visto al Mesías o a Papá Noel, se llaman unos a otros, salen corriendo para verte de cerca y se quedan flipándolo. Quizás solo habían visto blancos antes en la televisión, quién sabe.
Tanzania ha sido toda una aventura, un reto. A veces tú también lo flipas con lo que ves y te sientes como en un documental de La 2 y piensas que eres un intruso en ese paisaje que nada tiene que ver contigo. Otras veces te exasperas porque al final tú eres europea y estás acostumbrada a que las cosas funcionen, a que sean YA. No queda otra que adaptarse a su ritmo porque sí, eres TÚ quien debe amoldarse. Y caes en las comparativas y en la superioridad primermundista. Es un pecado que cometemos todos.
En cualquier caso, Tanzania ha sido una sorpresa en muchos sentidos. He aquí 15 cosas que me han gustado. En el siguiente post: 14 cosas que no me han gustado tanto.
15 cosas que me han gustado de Tanzania
1. Las barbacoas en la calle
En Tanzania es fácil que el humo del pollo al carbón te saque del ensimismamiento cuando vas paseando por la calle. Hay multitud de barbacoas callejeras sin grandes pretensiones en las que saciar tu apetito en un plis. En Stone Town (capital de Zanzíbar) encontré el pollo de mi vida. En pocas ocasiones lo he comido mejor: al carbón y churruscadito. Pero no solo en Tanzania he probado el mejor pollo, sino también el peor: el más seco y el más chicloso. En la ciudad de Kigoma, a orillas del lago Tanganika, este plato no es su fuerte.
2. El pescado de mi vida
Especialmente si vas a islas recónditas, es frecuente que no haya infraestructuras, ni por tanto frigoríficos. Por eso, si por un casual vas a comer pescado, tienes la seguridad de que es de la pesca del día porque no hay donde guardarlos. En una ocasión, de hecho, alguien pidió pollo para almorzar y vimos cómo uno que correteaba por el lugar, de repente desapareció. Así que sí, en Tanzania he probado algunos de los pescados más ricos, recién capturado y a la brasa.
3. Los nombres de la cerveza
Cada país explota como puede sus atractivos. En Tanzania tienen claro cuáles son los suyos. Por eso, sus cervezas más famosas se llaman: Kilimanjaro, Serengeti y Safari. Sin comentarios, ¿no?
4. La música afrobeats
Hay algo que me ha flipado en Tanzania y es la música. Parece ser que Nigeria y Sudáfrica son los países que más exportan música a todo el continente y, además, son ritmos muy chulos. En Tanzania se lleva mucho el amapiano (un estilo que viene de Sudáfrica) y el bongo flava (parecido al anterior y uno de los géneros musicales más populares en Tanzania).
5. La simpatía de los tanzanos
Los tanzanos son gente maja. Sobre todo en la isla de Zanzíbar, esta simpatía se palpa en el ambiente. Viven del turismo y se nota que quieren que te sientas cómodo. Creo que desde Azerbaiyán, donde todo el mundo quiere ser tu amigo (desde el camarero hasta el dependiente de la tienda), no había notado algo así. En Stone Town, todo el mundo te saluda y te pregunta qué tal con una sonrisa: Jambo, mambo. Y con el paso de los días ese saludo se hace personalizado porque ya te van conociendo. Ya dejas de ser el mzungu (turista blanco) para convertirte en local mzungu. Todos quieren ser tus amigos. Es bastante divertido porque cada día hablas con alguien nuevo o alguien se sienta contigo si te ve comiendo o te pregunta si tienes planes para ese día… Al final es un pueblo y acabas conociendo a todos porque todos tienen una tiendita o venden por la calle o trabajan en un restaurante al que vas a comer.
6. Ir de safari
Lo de África es increíble en cuanto a fauna. Solo en Tanzania hay más de 20 parques nacionales y cualquiera de ellos está plagado en mayor o menor medida de animales. El más famoso es el Serengeti, pero hay muchos más. En estos puedes ver leones, cebras, ñús, jirafas, búfalos, rinocerontes, hipopótamos, leopardos, elefantes… En definitiva, naturaleza salvaje en estado puro.
7. Comer chipsi mayai o la versión tanzana de la tortilla
Hay una versión curiosa de nuestra tortilla de patatas en Tanzania, aunque obviamente ellos no tienen ni idea. El chipsi mayai se cocina con patatas fritas, las de toda la vida cortadas en tiras. Normalmente estas están resecas y aburridas en algún lugar de la vitrina del puesto callejero en cuestión. Pero entonces cobran vida mezclándose con huevo y haciéndose tortilla hasta que se convierten en un delicioso chipsi mayai. El resultado es tan bueno que ni se nota que las patatas están cocinadas desde por la mañana.
8. Viajar en bajaji
Sobre todo en Dar es Salam me aficioné a viajar en bajaji. Esta es la segunda opción más sofisticada para moverte por la ciudad después del taxi. Después iría la moto o boda-boda y, por último, el bus o dala dala. Pero yo le cogí el gustillo rápido al bajaji porque ves el paisaje mientras te da el aire en la cara, dado que no hay puertas. A mí viajar en moto me daba pavor y hacerlo en bajaji me parecía mucho más seguro, aunque está claro que no me paré mucho a analizar en profundidad las medidas de seguridad de este medio de transporte.
9. Los atardeceres
Hay algo místico en los atardeceres africanos. Han sido siempre tan mencionados que las expectativas son altas, pero curiosamente no defraudan. A mí me impresionaron especialmente los atardeceres en el Lago Victoria. Me parecieron mágicos, con el sol naranja escondiéndose tras el lago y el cielo volviéndose rosa. Además, las siluetas de los árboles del lago también contribuían mucho a hacer la estampa espectacular.
10. Los cuadros y pintores callejeros
Me encantan los paisajes africanos y cómo los artistas los retratan. Llenaría el salón que no tengo de cuadros de poblados masáis con el Kilimanjaro de fondo, de acacias y de elefantes. Me quedaba embobada observando a los pintores y me hubiera encantado llevarme todos sus cuadros.
11. La higiene antes de comer
En Tanzania, la mayoría de restaurantes son muy humildes. En muchos de ellos no hay agua corriente, pero esto no significa que los comensales no extremen la higiene antes de sentarse a la mesa. Hay una práctica muy curiosa en este tipo de establecimientos. Dado que normalmente no se usan cubiertos y solo se come con las manos, el camarero se pasa por tu mesa con una palangana y una jarra de agua para que te leves las manos antes y después de comer.
12. El colorido y los abalorios
África es muy yo en cuanto a abalorios, colores y estampados. Así como me hubiera llevado todos los cuadros, también hubiera comprado un sinfín de collares, pendientes y demás accesorios. Son exactamente como me gustan.
13. Los bancos de arena
En Zanzíbar hay un montón de bancos de arena, es decir, islotes que aparecen y desaparecen en función de la marea. Me pareció muy guay poder relajarte en una de estas porciones de tierra durante el día y, poco a poco, ver cómo el mar se lo va tragando hasta que ¡desaparece del todo! Y todo lo contrario también. Recuerdo cuando llegamos a la isla de Mnemba (que pertenece a Bill Gates), cuyos alrededores están llenos de bancos de arena que, a primera hora de la mañana, estaban parcialmente cubiertos de agua. Conforme iban pasando las horas, iba quedando más y más arena al descubierto, llegando a formar auténticas islas.
14. Las formas de los árboles
En el Parque Nacional de Tarangire me enamoré de los baobabs, árboles que asociamos irremediablemente con África. Pensé que ningún árbol me iba a gustar más hasta que descubrí las acacias del Serengeti y sentí amor a primera vista. Pero entonces llegué al lago Victoria y después al Tanganica y seguí encontrando árboles muy curiosos y llamativos aunque nunca llegué a saber sus nombres. Los árboles africanos tienen mucho de especial, sin duda.
15. Que te den anacardos en los aviones
En tres meses en Tanzania habré cogido como 10 aviones. La puntualidad es un tema aparte y, de hecho, los vuelos en este país no destacan precisamente por eso, pero en lo que sí sobresalen es en el servicio a bordo. Por corto que sea el vuelo, siempre te obsequian con una bebida y una bolsita de anacardos. ¡A ver si aprenden otras aerolíneas!
Todo tiene sus luces y sus sombras. En la próxima entrega, todas las cosas que no me han gustado de Tanzania. ¡Atentos!