13 cosas que no me han gustado de Tanzania

Darajani Stone Town

Así como hay cosas que me han gustado de Tanzania, hay otras que no tanto. Encontrar cosas que te chirrían un poco también forma parte de la aventura de viajar. ¡No todo iba a ser color rosa! Además, conforme pasan los años te haces más exigente. Siempre pienso en el mismo ejemplo. Recuerdo mi primera vez en Georgia cuando se rompía el ascensor de mi edificio un día sí un día también (vivía en un 5º) y me tocaba subir la garrafa de agua y la compra a pie o se iba la luz o el agua y me parecía todo tan encantador. Ahora me he vuelto más comodona y más sibarita y me cabreo, sobre todo si son situaciones que me van a impedir trabajar como que no funcione el WiFi o se vaya la luz.

En Tanzania me he enfurruñado y desesperado alguna que otra vez, ¡cierto! Y entonces te da por pensar en lo a gusto que estarías en Madrid o viajando por Europa o por cualquier país en donde todo “funciona” bien. Lo he probado y aunque te cabreas menos, también las sorpresas y las anécdotas son menores. Y es que eso es precisamente lo guay de viajar: que cada día sea una sorpresa y que nada ocurra como habías esperado.

Una calle en Stone Town

Lo que no me ha gustado de Tanzania (o me ha gustado menos)

1. Que tarden de 30 a 45 minutos en servirte

Bufffff en Tanzania tienes que armarte de paciencia y sobre todo no ir a un restaurante cuando ya no puedes esperar mucho más para comer porque estás muerto de hambre. Vas a esperar y mucho. Una media de 30 o 45 minutos. Me gusta contar una anécdota. En Mwanza me alojé en unas cabañas frente al Lago Victoria durante 10 días en las que yo era la única huésped. Todos los días bajaba a desayunar a la misma hora y todos los días tardaban en servirme el desayuno media hora.

2. Los dala-dala de la muerte

Los dala-dala son el medio de transporte urbano en Tanzania. Mi primera toma de contacto con ellos fue en Zanzíbar, cuando descubrí que son incomodísimos y que a duras penas tienes tu espacio vital. Se llenan hasta el infinito y las medidas de seguridad son nulas. Eso sí, hay dala-dala “mejores” y otros peores. En los “mejores”, al menos tienes tu asiento (aunque eso no quita que te invadan por todas partes). En los peores, vas sentada a la intemperie en una especie de remolque, espatarrada y tratando de poner las piernas como en el tetris. Lo curioso es que llegué a Kenia y los matatu me parecieron tan inseguros (incluso más), que ni los probé.

Un dala-dala cuando todavía iba medio vacío

3. Que te piten por la calle constantemente o te tiren besos

En Tanzania (y más en los pueblecitos poco o nada turísticos) es imposible pasar desapercibida. Obviando el hecho de que todo el mundo va a girarse para mirarte, lo peor es que constantemente te pitan los bajaji, los dala-dala y los boda-boda (motos) para que te subas en ellos. Constantemente. Y si no, te gritan desde lejos o te tiran besos. Al principio me hacía gracia que me llamaran mzungu sin venir a cuento, pero al final ya llegaba a cansar.

4. Que inflan los precios por ser blanca

Mi lógica de “voy al Tercer Mundo, entonces, será barato” no podía estar más errada. África no es un destino barato, supongo, exceptuando el norte. Los países como Tanzania cuyo mayor atractivo son los safaris y los parques nacionales se aprovechan pero bien del turista blanco que no tiene esas maravillas en su país. Entonces, ves cómo duplican o triplican el precio en comparación con lo que pagaría un turista de Tanzania u otro país limítrofe. Pero no solo en los precios “oficiales” se columpian. En general, en cualquier tienda o lugar en el que los precios no están establecidos te va a tocar luchar.

Ser blanco en Tanzania es sinónimo de pagar mucho más Una casa de cambio al lado de un puesto de frutas

5. Que las niñas pequeñas lleven velo

En Zanzíbar, la religión mayoritaria es el Islam. A pesar de ser una isla turística, con blancos de aquí para allá paseándose en pantalones cortos y camisetas de tirantes, lo cierto es que los habitantes son bastante conservadores. Por eso, no es de extrañar que muchas de las mujeres no solo vayan con el hiyab (el velo tradicional que cubre la cabeza), sino muchas incluso con burka. Pero lo que no me gustó nada es que ves a niñas que no levantan un palmo del suelo ataviadas con velo.

Una niña en Zanzíbar

6. La pobreza

Dicen que sobre África hay muchos estereotipos que luego derribas cuando viajas allí. Sin embargo, viajar a Tanzania hizo que se reforzaran estos estereotipos más que eliminarlos. Claro que en las grandes ciudades hay restaurantes buenos, hotelazos y otras modernidades que tenemos en el Primer Mundo, pero es algo que no abunda y que en otras ciudades secundarias no existe. Recuerdo llegar a Nungwi, supuestamente, el principal reclamo turístico de Zanzíbar y fliparlo con la cochambre. Stone Town, otro foco de turistas, más de lo mismo, aunque sí es cierto que la pobreza quizás se difuminaba más que en otros lugares de Tanzania como Kigoma. En esta ciudad pareciera que no hay clase media. Jamás me crucé con alguien del que pensara: mira, ese vive bien. La polvareda de Kigoma no solo está en las calles y edificios, sino también en la ropa y en la mirada de sus gentes.

7. Los p… agujeros en el suelo para hacer pis

En Georgia tuve mi primer contacto con los WC tipo agujeros en el suelo para hacer pis. Pero claro era mi primer viaje de larga temporada y estaba tan emocionada que me parecía hasta tierno. También en Azerbaiyán, en los -tan o en Colombia me encontré con baños de este tipo. Pero en Tanzania estaban hasta en los bares y restaurantes que no tenían mala pinta. Y claro en verano es mucho peor porque hay más bichos, vas en sandalias y precisamente la limpieza de estos p…. agujeros no es su fuerte.

8. Las calles sin asfaltar

Vale que me costaron 6 euros, pero lo cierto es que estrené en Tanzania unas zapatillas y después de todo el verano han acabado directamente en la basura. La culpa la tienen las calles sin asfaltar, las piedras del camino que se te van clavando día sí y día también, el polvo… En estas condiciones es imposible caminar mirando el móvil o las musarañas porque te la pegas fijo. Y lo curioso es que los tanzanos van en chanclas de plástico y andan como si fuera el terreno más liso y agradable del mundo.

Calle sin asfaltar en Dar es Salam

9. Los mosquitos del atardecer y amanecer

En la época de lluvias, los mosquitos son peligrosos, pues pueden acompañarse de malaria y otras enfermedades. Sin embargo, yo fui en la época seca y, aunque el riesgo de malaria desciende, hay que tener cuidado con los mosquitos del atardecer y amanecer. Durante el día te dejan en paz, pero es bajar el sol y te acribillan como si no hubiera mañana. Por eso, cogí la costumbre de llevar repelente siempre en la riñonera si intuía que me caería la noche por ahí. En el Parque Nacional de Gombe me relajé viendo el atardecer y el resultado fueron más de 20 picaduras del tamaño de 20 coliflores.

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10. El tedio de los escáneres en el aeropuerto en los vuelos nacionales

En Tanzania celebran el festival de los escáneres cada vez que coges un vuelo nacional. Da igual si no quieres unirte a la fiesta porque lo tienes que hacer sí o sí. La celebración arranca una vez llegas al aeropuerto. Ahí te espera tu primer escáner por el que pasar todas tus maletas (guay que yo viajo solo con mochila porque si tienes maletón, te toca pasarlo también), pero, además, tienes que quitarte los zapatos. Entonces, llegas al mostrador, haces el check-in y te diriges al área de embarque donde te espera un nuevo escáner. Esta vez, te tienes que volver a quitar los zapatos y sacar el ordenador de la mochila. Que digo yo que ¿qué habrá cambiado en el interior de tu equipaje en solo 10 minutos? Si tienes mala suerte, en tu puerta de embarque puede darte la bienvenida un tercer escáner en el que deberás realizar la misma operación. ¡Ah! Y al llegar a tu destino, después de recoger tus maletas, te toca pasarlas por un cuarto escáner para salir del aeropuerto.

11. No haber aprendido a moverme sin mapa por Stone Town

Lo de Stone Town es muy fuerte. Los primeros días ni con Google Maps acertaba con las direcciones. Es una ciudad de callejuelas que se entrecruzan hasta el infinito. Nunca había visto nada igual. En otras ciudades, normalmente el segundo día ya sé cómo llegar a casa, pero en Stone Town en tres semanas jamás aprendí. Ni tratando de memorizar el camino ni fijándome bien. Nada. Como mucho era capaz de conectar el punto A y el punto B si los separaban 2 minutos andando.

Una de tantas callejuelas en Stone Town

12. Las limitaciones al salir por la noche

Tanzania es un país seguro para el turista blanco. De hecho, es de los más seguros del continente. Pero eso hasta que cae el sol. Entonces, no es recomendable salir sola a caminar. Si quieres ir a un restaurante, entonces, en taxi o en bajaji. Tampoco me extrañó este hecho, pues después de Colombia ya estoy curtida en este tipo de limitaciones. Lo malo es que en ninguna ciudad de Tanzania hay una calle de bares o zona de fiesta como tal en la que te puedas mover tranquila a pie. Los bares están dispersos, así que no queda otra que seguir a rajatabla las recomendaciones. La excepción es Stone Town, que aunque pueda parecer un poco lúgubre en la noche, vacía y destartalada, es una ciudad 100 % segura.

13. Los cortes de agua, luz o todo a la vez

Sabía que tarde o temprano pasaría. Iba concienciada para no angustiarme o cabrearme. Y efectivamente, se cumplió. En según qué ciudades o lugares, es habitual que se vaya la luz o corten el agua. Esto puede durar 24 horas en el mejor de los casos. Entonces, no queda otra que resignarse o suspirar. Por supuesto, no hablo de las caídas del Internet o la poca velocidad, situaciones que son el pan de cada día.

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