Iquitos (Perú): mi primera vez en el Amazonas

Se me acabaron los viajes guays por el momento, así que no queda otra que recordar otros que lo fueron y mucho. En este mes de agosto se cumplen dos años de la primera vez que estuve en el Amazonas. En concreto, en Iquitos, Perú. Esa vez, además, coincidió con mi primera vez en una selva, por lo que os podéis imaginar mi emoción. Y si no os lo podéis  imaginar, no os preocupéis: os lo cuento yo.

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La Amazonía es la selva tropical más grande del mundo, cuya superficie abarca alrededor de 7 millones de km2. Está repartida entre nueve países de América del Sur, entre los que se encuentran Brasil, Colombia o Perú. No sin razón se considera el pulmón del planeta, pues produce más del 20 % de oxígeno en la Tierra. Lamentablemente, estos impresionantes datos no son suficientes para que algunos políticos la menosprecien. Incluso, hay quien donaría dinero antes a la reparación de una iglesia que a  salvar el Amazonas.😳

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Este viaje por el Amazonas arranca en la localidad Iquitos, Perú, la ciudad amazónica más grande de este país. En este lugar, el calor tropical te da la bienvenida, pero también el paisaje selvático. También en esta ciudad conocimos a Luis, quien sería nuestro guía por el Amazonas durante 4 días. Luis era buena gente, pero muyyyyyy lento hablando. Tanto es así que, en ocasiones, decidía satisfacer mi curiosidad y mis ganas de conocer con Google antes que preguntarle a él porque sus respuestas eran su-per-len-tas. A día de hoy, mis tres compis de viaje continúan asegurando que Luis estaba enamorado de mí, solo porque me ayudaba más que a ellos a subir y bajar de la barca. ¡Pero porque soy un poco más torpe!

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¿Malaria? Aquí no hay, si acaso en Nauta

El día 1, nos recoge puntual Luis en el hostal. Llevamos varios días preparando nuestro cuerpo frente a las picaduras de los mosquitos con el archiconocido Malarone. Por lo visto, la región de Loreto, cuya capital es Iquitos (Perú), es zona roja de malaria. O eso nos habían dicho en vacunación internacional.

Nuestro primer destino fue Nauta, un pueblo cochambre donde los haya. Aquí tomaríamos una barquita para adentrarnos en el Amazonas, pero antes recorreríamos su mercado al aire libre. Olía fuerte y muchos de los alimentos ahí expuestos parecían insalubres. Caminamos impresionados de cómo puede cambiar el paisaje en 24 horas, ya que apenas el día anterior estábamos en Lima. En Nauta comenzaría nuestra “pura aventura”, eslogan oficial del viaje y motivo de risa continuo, dado que fueron estas las palabras escogidas por la agencia con la que contratamos el tour para describirnos el viaje que teníamos por delante.

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En Nauta embarcamos por el río Marañón, un tramo por el flamante río Amazonas (que ya habíamos visto desde el avión y nos pareció GUAU) y, finalmente, por el río Ucayali. Unas dos horas después, llegamos a Libertad. Mientras descendíamos de la barca con nuestras mochilas y accedíamos a la comunidad por una tabla de madera elevada (en ciertos meses, estos pueblitos del Amazonas se inundan, de ahí que las casas estén construidas ligeramente por encima del suelo), yo no podía dejar de fliparlo. Me parecía increíble estar en la selva por fin. Y es que, a día de hoy, es el paisaje que más me sorprende.

El lodge donde viviríamos no podía ser más cuqui. Me encantaba todo, incluso el baño, y eso que teníamos que compartirlo con toda clase de bichejos. Nunca antes me había lavado los dientes con cucarachas merodeando por el lavabo o duchado con ellas.

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Preguntamos a Luis acerca de la incidencia de la malaria en ese lugar. Él respondió con su habitual pachorra: ¿Aquí? Claro que no, si acaso en Nauta.

Ah ok, a dos horas de donde estábamos. Perfecto, nos quedamos mucho más tranquilos.😥

A bordo del cayuco en Iquitos, Perú

Nuestros días comenzaban temprano. Pero, sorprendentemente, dormíamos genial en aquellas camas cubiertas totalmente por una mosquitera. Tanto es así, que se convertirían con diferencia en las mejores camas de las 3 semanas de viaje por Perú.

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Entonces, nos levantábamos, íbamos al comedor a desayunar y nos poníamos unas botas de agua. Había que vestirse con pantalón largo y camiseta larga por los mosquitos. Pero que, vamos, les daba igual. No importaba qué parte expusieras o que te embadurnaras con repelente, el resultado siempre era el mismo. Si no tenía 50 picaduras no tenía ninguna. Ya desde el primer día.

También el primer día conocimos a James, quien sería nuestro guía sobre el terreno. De James no recordamos que hablara mucho (quizás no conocía bien el español), pero sí sus dientes de oro y su machete, siempre con él.

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Un cayuco siempre nos esperaba al otro lado de la pasarela de madera, listo para navegar el río Ucayali. En él buscaríamos en vano monos en los árboles, pájaros exóticos o pescaríamos pirañas. También en el cayuco, Luis nos contaría sus historias interminables. Todas sus chapas casi siempre comenzaban con una pregunta mía y acababan con la cara de aburrimiento de mis compis en plan: por Dios, Andrea, no preguntes más.

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La hora loca de los bichos

Al atardecer, los mosquitos se ponían insoportables y era mejor estar a buen cobijo. Pero lo peor era lo que nosotros llamábamos “la hora loca de los bichos”. Cuando ya no había luz solar, por las rendijas del suelo de madera de nuestra habitación se colaba todo tipo de bichos.

Entonces, no queríamos ni saber con quién íbamos a compartir cuarto. Entrábamos sin encender la luz por eso precisamente: mucho mejor vivir en la ignorancia. Con las linternas del móvil buscábamos nuestro neceser, íbamos rápidamente al baño y nos metíamos en la mosquitera ajenos a toda esa vida selvática que se instalaba en nuestra habitación.

Con la luz del día, afortunadamente volvían a su escondite hasta la próxima noche.

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Nenúfares gigantes, tarántulas y caimanes

Esta travesía por el Amazonas me pareció lo mejor del viaje a Perú sin ninguna duda, aunque sí es cierto que esperaba ver más animalillos. Luis nos enseñó cómo sostener una tarántula sin que nos picase, aunque también es verdad que ninguno nos atrevimos a poner estos conocimientos en práctica. También vimos nenúfares gigantes en un poblado que a mí me pareció una monería llamado San José de Paranapura, aunque a mis compis no tanto.

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En la noche, vimos algún caimán que otro, aunque nos pareció algo bastante falso porque seguimos creyendo que los tenían enjaulados y solo los sacaban para enseñarlo a los turistas. Pescamos pirañas o al menos lo intentamos. Pero, sobre todo, nos quedamos con la imagen de James y su machete, abriéndonos camino en el Amazonas.

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