La historia de cómo fui a una boda kazaja arrancó en Georgia, a orillas del Mar Negro. Andaba yo deseosa de cambiar mi blanco invernal por un tono dorado playa, que tanto favorece. Pero el día en Batumi amaneció gris y lluvioso, así que no hubo más remedio que cambiar el plan.
El día no prometía mucho, pero por circunstancias del destino, acabé tomando un mojito con una chica de Kazajistán que estaba de vacaciones por allí. Mientras intercambiábamos impresiones sobre los hombres georgianos y nuestros planes de viaje, yo le conté que tenía planeado pasarme por su enorme país en un par de meses como parte de mi ruta por los -tan (Uzbekistán, Kazajistán y Kirguistán). En plena exaltación de la amistad, se le ocurrió que podía ir a la boda de su primo. Y es que ¿quién podría negarse a una boda en Kazajistán? Lo cierto es que, por fechas, me cuadraba, pero no podía asegurarlo del todo.
Sin embargo, ahí estaba yo a principios de agosto, dejando el caliente Uzbekistán y a punto de entrar en el vecino Kazajistán en el tren de la muerte. Antes del bodorrio kazajo, tendría tiempo de darme un chapuzón en Aktau, al oeste del país y a orillas del Mar Caspio.
Aktau, la ciudad de las palmeras de mentira
Aktau es una ciudad relativamente nueva, pues fue construida en el año 1963. Anteriormente, era una zona dedicada a la explotación de uranio. Como desde hace unos años soy una mochilera glamourosa, me alojé en el hotel más antiguo y emblemático de la ciudad. Su estética me hacía sentir en el Benidorm de los años 70.
La playa, de lejos, no estaba mal, pero conforme te acercabas, descubrías una capa negra en la orilla que tenías que salvar para acceder a un agua un poco más limpia. Lo mejor fue cuando me dijeron que tuviera cuidado porque era común la presencia de serpientes en el mar. El paseo marítimo o lo que quiera que fuera ese camino polvoriento tenía unas palmeras muy tiesas y muy extrañas. De nuevo, al acercarte, se revelaba todo el pastel: eran de mentira.
Aktau es, estéticamente, la típica ciudad soviética. Una curiosidad es que las calles no tienen nombre. La ciudad se organiza en “microdistritos” y en cada edificio figura un número en grande. Entonces, para encontrar una dirección consiste en saber el número del microdistrito y, una vez en él, identificar el número del edificio.
Próximo destino: boda en Atyrau
Al otro lado del Mar Caspio, se encontraba Atyrau, escenario de mi gran boda kazaja. Está claro que si no hubiera sido por el evento del año, ¿a cuento de qué iba a ir yo a estos sitios? En Atyrau, me recibió una comitiva en el aeropuerto, compuesta por el novio, la madre de mi amiga, un conductor y un niño. También me recibió un suceso que había acontecido en los últimos días.
Para entenderlo, hay que contextualizar un poco. Resulta que Atyrau, encanto turístico tiene 0, pero, por lo visto, sí atractivo laboral. Esta ciudad de algo más de 200.000 habitantes es famosa por su industria petrolera que da empleo no solo a los kazajos, sino a bastantes extranjeros (europeos también). Los primeros les tienen un poco de tirria a los segundos porque, entre otras cosas, cobran más que ellos.
Así estaba el patio cuando un buen día a un par de trabajadores extranjeros les dio por hacer un chiste de una foto de una chica kazaja. Para qué queremos más. Se armó una gorda, manifestación, heridos… Es más, durante un tiempo las chicas kazajas debían tener cuidado con aparecer en público con chicos extranjeros. Son nuestras mujeres, decían los kazajos con ganas de pelea. Pude comprobarlo en persona cuando una noche con mi amiga nos pusimos a conversar con dos europeos. Entonces, se acercaron dos kazajos con cara de enfurruñados y les espetaron a ellos: Don’t touch our girls. A mí me metieron en el saco así como si nada.
Así es una boda kazaja
En las bodas españolas, muchos tiran la casa por la ventana, pero es que en las kazajas tiran el edificio entero. Son tantos los asistentes al enlace que las parejas no tienen más remedio que hacer dos bodas: una por parte de él y otra por parte de ella. Una un día y la otra, al día siguiente. Y aun así, los invitados pueden ser como 500 por ceremonia. Aquí se invita hasta al apuntador.
Una vez llegan los invitados al salón de bodas, les hacen pasar a la sala de los canapés, que, seguramente, tendrá otro nombre. Al entrar, ya sorprenden los diversos personajes variopintos que pululan por ahí. No entiendes muy bien por qué van vestidos así, pero no faltará mucho para que comprendas que forman parte del show.En Asia Central, lo de las bodas es un negocio en toda regla. Hasta en el pueblucho más inmundo hay un salón de bodas, cuyo único cometido es ese, albergar bodas. La gente no piensa en innovar y escoger el entorno más idílico. ¿Casarse, quizás, en una playa, en una finca o en el campo? Nada de eso, todo el mundo se casa en el mismo sitio. Solo he ido a una, pero me atrevería a asegurar que todas son prácticamente iguales.
En la sala de canapés, mi amiga y prima del novio tuvo que ausentarse para ayudar en no sé qué y ¡casi me entra un ataque de pánico! Era la única que no tenía rasgos orientales del lugar y creí que podrían pensar que me había colado. Así que consideré que lo mejor sería empezar a comer y beber. Me acerqué a la mesa de los canapés a curiosear qué había por ahí y a probarlo, claro. La sala, la verdad, es que era bastante elegante, aunque sin personalidad.
Hora de pasar al banquete. Empieza el show. La sala es enorme, con mesas redondas para unas 10 personas y con la comida ya puesta. Al final hay una especie de altar donde van a sentarse los novios. Hay cámaras como si fuera un plató de televisión y hasta un presentador. Este, micrófono en mano, no va a parar de hablar en toda la noche y será el encargado de conducir la velada y de que nadie se aburra.
Música, acción. Entra la madre del novio. Parece una diva del pop, rodeada de un séquito de bailarines con plumas. Luego entra en escena el novio y lo mismo. Para la entrada de la novia, la protagonista, sí que es un venirse arriba en toda regla. Lastimosamente mi cámara y móvil se ponen de acuerdo en fallarme y no puedo hacer apenas vídeos ni fotos. Ya es mala suerte, ¿cuándo me veré de nuevo en otra boda kazaja?
Los invitados estamos de pie, aplaudiendo como si de un concierto se tratara mientras los músicos lo dan todo. Entonces, los novios se acomodan en sus asientos y a nosotros nos toca hacer lo mismo. Nos sentamos todos, sí, pero el espectáculo no ha hecho sino comenzar. Podemos comer, pero no conversar entre nosotros, más que nada porque el presentador no para de hablar. ¡Y yo preocupada por tener que usar el ruso!
Empezamos a servirnos de los platillos de la mesa que no son nada del otro mundo. Todavía falta un poco para que entre el plato estrella de las bodas, el beshbarmak, preparado a base de patatas cocidas, láminas de pasta (parecidas a las de la lasaña), cebolla y carne de caballo.
Mientras tanto, el presentador no para de animar el cotarro con juegos. Sí, juegos. Que si concursos de baile, que si pruebas de seducción a los novios por parte de los invitados, etc. Y, cómo no, dedicatorias a los novios. Sin exagerar, no menos de 100 personas se levantan para leer su parrafada a los recién casados.
Yo permanecía atenta a todo lo que acontecía en aquella sala. Realmente el presentador no dejaba que se aburriese nadie ni un segundo porque siempre se le ocurría una pamplina nueva. Su intervención fue un 90 % en kazajo y el otro 10 % en ruso. Yo no fui la única que no se enteró de nada porque curiosamente la mayoría de los jóvenes en Kazajistán es rusohablante y no domina el que, se supone, es el idioma oficial de su país.