Ha pasado casi un año desde que fui a Svaneti, una región situada al noroeste de Georgia, en plenas montañas del Cáucaso. El caso es que venía un amigo de visita desde España y quería enseñarle lo mejor del país. Cuando preguntas a un georgiano cuál es ese lugar imperdible, siempre apuntan hacia el mismo sitio. Svaneti es una región remota y aislada, es sabor rural y pura naturaleza, es Georgia en su máxima expresión.
Dice mi inseparable guía que sus pueblos parecen sacados de una novela de Tolkien. Lo que más llama la atención de ellos son sus torres defensivas, el símbolo por excelencia de la región de Svaneti. Por lo visto, se construyeron allá por la Edad Media con el objetivo de defender a las familias de los invasores. Y es que, parece ser, que cada hogar contaba con una de estas torres que, más tarde, serviría como refugio frente a las venganzas entre los distintos clanes svanos.
No en vano, hasta no hace mucho, este lugar era territorio comanche, en el que bandidos y maleantes campaban a sus anchas. Hoy en día, Svaneti es totalmente seguro y, como mucho, solo hay que tener cuidado con los perros pastores que son muy territoriales y pueden llegar a ser peligrosos, pero no solo aquí, sino, en general, en cualquier ámbito rural en Georgia.
Mestia |
Nuestra llegada a Mestia
Nuestra aventura comenzó en Kutaisi (segunda ciudad más grande), donde cogeríamos una marshrutka (40 lari= 13 euros) hacia Mestia, la localidad más importante de la región de Svaneti. Las marshrutkas nunca son especialmente cómodas, pero, en esta ocasión, mucho peor, ya que teníamos unas 6 horas de viaje por delante por carreteras sinuosas y encima con nuestro equipaje encima. Sin cinturón de seguridad, por carreteras de montaña, nevando, conductores hablando por el móvil, fumando y con exceso de velocidad. El combo perfecto, vamos. Y, por si fuera poco, haciéndose los graciosillos invadiendo el carril contrario en plena curva (¿hola?). Así, entre muchas risas y mucha incertidumbre llegamos por fin a Mestia, una población que nos recibió nevada, con mucho frío, con sus torres y sus increíbles montañas.
Iglesia a lo lejos, en Mestia |
Íbamos sin haber reservado guesthouse, pues nuestro plan (o mi plan jaja) era mirar varias y elegir la mejor. Dos requisitos fundamentales: conexión Wifi (porque, como siempre, tenía que trabajar) y calefacción. Los dos primeros alojamientos, de hecho, los descartamos (o los descarté) porque no eran lo suficiente calentitos. El tercero era perfecto y más cuando pedimos un segundo radiador para crear un verdadero hogar.
Qué ver en Mestia
Realmente Mestia iba a ser un viaje relámpago, ya que llegamos un día por la tarde y debíamos regresar al mediodía del día después. No tendríamos tiempo ni de explorar bien los alrededores ni de hacer una excursión a Ushguli (el pueblo habitado más alto de Europa), también en Svaneti.
Fueron solo unas horas en Mestia, pero me pareció un sitio idílico. Su iglesia en lo alto de la montaña, las torres defensivas, la nieve y las montañas del Cáucaso de fondo.
Montañas del Cáucaso |
De Mestia me sorprendió la cantidad de perros callejeros que había. Es más, hubo un momento en el que nos percatamos de que teníamos a todo un ejército detrás. Todos inofensivos, claro, pero puede llegar a abrumar esta situación si no te gustan los perros o te dan miedo (como es mi caso).
De camino a la iglesia |
Muy curioso fue toparnos con un señor que estaba con sus vacas y sus quehaceres a quien, como pudimos, le hicimos saber que éramos españoles y mi amigo, en concreto, del País Vasco. Él, emocionado, nos explicó la conexión que hay entre los vascos y los georgianos, en términos de idioma, orígenes, etc. Algo de esto habíamos leído ya, así que, a partir de ahí, nos aprovechamos de esta situación para obtener más descuentos en los regateos con los comerciantes. Bastaba con decir: «Ey, mi amigo es del País Vasco» y así nos hacían mejor precio.😊
La vuelta: de Mestia a Tbilisi en avión
Resulta difícil creer que este pueblecillo alejado de la mano de Dios esté conectado con Tbilisi nada más y nada menos que ¡por avión! Y es que como que no apetecía mucho coger de nuevo una marshrutka loca para volver a casa, así que esta opción nos venía de perlas, pues en hora y poco estaríamos en Tbilisi (65 lari= 21 euros).
La carretera que lleva hasta el aeropuerto |
Lo gracioso es que, como eran días de nieves y vientos, no nos podían asegurar que el avión (o, más bien, la avioneta) pudiera despegar. De hecho, hasta dos horas antes del vuelo no sabíamos si ir al aeropuerto, si nos quedaríamos en tierra o qué hacer. Además, toda la información que recibíamos era mediante la oficina de turismo de Mestia, donde nos hicieron el favor de llamar varias veces a ese pequeño aeropuerto para ver qué pasaba con nosotros y con los otros 6 pasajeros más (la capacidad de este «avión» es para unas 8 personas solo).
La avioneta que nos llevaría a casa |
Desde Mestia hasta el aeropuerto se puede ir perfectamente andando (unos 30 minutos), pero nosotros nos habíamos aficionado a hacer autostop. Sin embargo, la camioneta que nos recogió no nos pudo dejar en la puerta del aeropuerto y tuvimos que atravesar a pie un señor lodazal. Así, llegamos unos minutos después llenos de barro a ese pequeño aeropuerto (proporcional a las dimensiones de su único avión) que, encima, parecía que había sido inaugurado hace solo unos días. Tan limpio él y tan sucios nosotros.