Parecía que no iba a llegar nunca, pero allí estaba yo aquel viernes de octubre preparando la maleta para el día siguiente: 24 de octubre, fecha en la que comenzaría mi esperado Viaje a los Balcanes. Lo primero que ver sería Dubrovnik, coqueta ciudad croata, que poco a poco se está poniendo de moda. En el aeropuerto cambié mis primeros euros a kunas para comenzar a familiarizarme con la moneda croata (1€= 7,4 kunas). Sería la primera, de cuatro divisas, a la que tendría que acostumbrarme en este viaje.
¿Cómo llegar del aeropuerto de Dubrovnik al centro?
Lo primero que tengo que aconsejar es que no es necesario cambiar dinero en el aeropuerto. Sabemos que el cambio siempre es peor que en otro lugar y, de hecho, no es necesario pagar en kunas el autobús que te llevará al centro de Dubrovnik.
No sé si había otra opción para desplazarse, pero en el tourist info del propio aeropuerto me dijeron que la única forma de llegar al centro era en Shuttle Bus. Sus salidas son frecuentes, tarda unos 20 minutos en llegar y el precio son 40 kunas (un poco más de 5€). El destino es “PILE”: vete habituándote desde ya a este nombre.
¿Dónde alojarte en Dubrovnik?
Igual no soy la más indicada para hablar de este punto, pues mi alojamiento en Dubrovnik fue uno de los fallos de este viaje (un fallo curioso, claro, ¡nada de dramas!). Contaré la experiencia en otro epígrafe más adelante.
Alojarse en Dubrovnik es caro, aunque siempre encontrarás el típico hostel compartiendo habitación con 10 personas para que no se te salga del presupuesto. Eso sí, tampoco aplaudas mucho porque has conseguido buen precio y en pleno centro. ¡Qué sorpresa vas a llevarte cuando descubras que tu hostel está en lo alto de 500 escaleras! Otra cosa no, pero en Dubrovnik son muy de escaleras.
¿Qué ver en Dubrovnik?
Cuando lees sobre Dubrovnik, descubres que a esta preciosidad de ciudad de poco le sirvió ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, pues ni esta inscripción le evitó sufrir las consecuencias de la reciente Guerra de los Balcanes de principios de los años 90. Dubrovnik, así, fue duramente bombardeada por el ejército serbio cuando Croacia declaró su independencia en 1991. No en vano, a la entrada del casco antiguo, hay un enorme mapa que señala algunos edificios que aún a día de hoy muestran heridas de guerra.
El conflicto de los Balcanes, por tanto, tuvo solo una leve aparición en mi visita a Dubrovnik y marcaría todo mi viaje.
- Puerta de Pile. Es el punto de partida del recorrido a la zona antigua de Dubrovnik. Entrarás y saldrás por esta puerta en infinitas ocasiones.
- La muralla. La “perla del Adriático”, como se le conoce a Dubrovnik por su localización costera y privilegiada, está rodeada por una impresionante muralla y más de una decena de torres. Justo a la entrada al casco antiguo, a mano izquierda, encontrarás el acceso para recorrer la muralla, para poder vislumbrar Dubrovnik a vista de pájaro. Si no recuerdo mal, la entrada tiene un precio de 100 kunas.
- Fuente de Onofrio. Se trata de uno de los símbolos de Dubrovnik y punto de encuentro. Difícil no encontrar turistas en sus inmediaciones.
- Catedral de la Asunción. Situada en Kneza Damjana Jude nº1.
Catedral de Dubrovnik |
- Calle Stradun. Es la calle principal del casco viejo, que desemboca en el puerto. Tómalo como referencia e introdúcete en las callejuelas que parten de ella. Resulta curioso que, en el inicio de cada una de ellas, cuelgue un cartel informativo con todos los comercios y restaurantes que hay en su interior. Disfruta del paseo sin rumbo, subiendo y bajando escaleras y descubriendo rincones ocultos de la ciudad.
- Fortaleza de San Lorenzo. Si has comprado la entrada a la muralla, podrás acceder a este lugar gratis. Estupendas vistas de la ciudad y de la Isla de Lokrum, una isla situada frente a la costa de Dubrovnik, repleta de vegetación y a la que organizan numerosas excursiones. Esta isla, además, esconde alguna que otra playa nudista.
Vistas de la Isla de Lokrum |
- Isla de Mljet. Si observas con detenimiento un mapa de la costa croata, descubrirás que frente a Dubrovnik se agolpan un sinfín de islas. Una de las actividades, de hecho, más populares es contratar una excursión en barco para conocerlas y, por supuesto, cualquier plan que tenga relación con el mar (submarinismo, kayak, etc). Una de las islas privilegiadas es la Isla de Mljet en la que, por si no lo sabías, se graba la edición española del programa televisivo ‘Adán y Eva’.
- Playas. Dubrovnik no puede entenderse sin playas y estoy segura de que es un destino estupendo en verano, pues yo estuve a últimos de octubre y el clima era maravilloso. A solo un paseo del puerto está Banje. Si sigues andando, te toparás con unas escaleras; bájalas y llegarás a una pequeña playita preciosa. ¡Nos encantó!
¡Todo un descubrimiento! |
¿Dónde comer barato en Dubrovnik?
Ya que Dubrovnik era la primera parada de un viaje de dos semanas y que en absoluto es un destino barato, había que apretarse el cinturón. La primera noche encontramos un bar bastante completo llamado ‘Presa Fast Food’, en la calle Dordiceva nº2, esto es, en pleno city centre. Fue aquí donde probé por primera vez el cevapi (un tipo de salchichas acompañadas con pan de pita), un plato que me encontraría a lo largo de todo el viaje.
También degustamos una bebida típica de los Balcanes, la cedevita, que no es otra cosa que un sobre de polvos de sabores que se añaden a un vaso de agua. Por lo visto, muy común por esos lares.
La cedevita, muy popular en los Balcanes |
Si andas escaso de dinero, las estupendas panaderías de Dubrovnik pueden resultar una excelente opción. Cuando las veas, sabrás de lo que te hablo.
Mi experiencia en Dubrovnik
Aterricé en Dubrovnik un sábado 24 de octubre con una temperatura excepcional. Cambié dinero y pregunté cómo llegar al centro. Cuando subí al autobús que me llevaría a “Pile”, me senté en la parte izquierda, pues en algún lugar había leído que era el mejor lado para contemplar el hermoso paisaje costero de camino al centro. Estaba contenta por estar allí aunque un poco nerviosa porque ahora empezaba la verdadera aventura: era mi primer día de dos semanas sola por los Balcanes.
De repente, escuché que dos personas hablaban español en el autobús. Me giré y comencé a conversar con ellos. Por lo visto, venían en el mismo vuelo que yo. Serían mis primeros amigos del tour balcánico. Ella era una chica mexicana muy jovencita, pues con apenas 20 años estaba de viaje por Europa sola; él era chileno, de mi edad, y dispuesto a recorrer Europa y Asia en 7 meses. A su lado, ¡mis dos semanas se quedaban en tan poca cosa!
Cada uno íbamos a un hostel diferente, así que nos dimos los móviles y quedamos en vernos un par de horas después en el mismo sitio, en “Pile”, para cenar.
Ya tenía planes, sí, pero aún me faltaba conocer mi alojamiento. Después de andar media hora y de subir seis plantas (en la web ponía que eran solo tres, ja), llegué a lo que sería mi casa por un par de noches. Mi casa, sí, porque aquel lugar poco tenía de hostel y de ambiente internacional. La dueña era una mujer de mediana edad y muy rara que vivía con una hija adolescente, que apenas te miraba cuando te cruzabas con ella, y su señora madre. Un cuadro.
Además de a mi habitación (que compartiría aquella noche con una australiana entrada en carnes), la única estancia que me interesaba sería el baño, más que nada porque serían los únicos dos lugares a los que tendría acceso. De hecho, a la mañana siguiente, cuando traté de ir al salón a desayunar, la mujer me paró y me desvió de nuevo a mi habitación. Así que ahí estaba yo, con la australiana aún roncando y yo sentada en una triste y pequeña mesa de la habitación, bebiéndome el té que se había quedado frío.
En la primera noche en Dubrovnik (es decir, antes de ese fatídico desayuno) me gasté el presupuesto que tenía planeado para toda la estancia en esta ciudad. Cenamos, bebimos cervezas en un bar irlandés y salimos a una discoteca. Llegué a casa apestando a humo porque en Croacia aún está permitido fumar en los bares. Entonces pensé que pronto empezaba a tener ropa que lavar: una camiseta menos de seis y un pantalón menos de tres (sí, más o menos eso era mi equipaje).
Al día siguiente (es decir, justo después de ese fatídico desayuno) hacía un calor impresionante y me arrepentí de no haber echado unos míseros pantalones cortos y el bikini. Quedé con la mexicana para hacer turismo y, después de pasear, decidimos ir a la playa. Nos acribillaron los mosquitos (conté hasta 10 picaduras gigantes que me duraron casi todo el viaje) pero pudimos tomar un rico sol de finales de octubre.
Después de comer, fuimos a conocer la playa de Lapad, pero no nos entusiasmó, así que volvimos al centro a tomar unas cervezas en el mismo bar irlandés que el día anterior. Eran las 5 de la tarde (esa madrugada habían cambiado la hora) y ya era de noche y nuestro cansancio era más que evidente. Estuvimos un rato más y nos despedimos, pues, al día siguiente, yo tiraría para Mostar y cada uno seguiría un rumbo diferente. Los conocía desde hace solo 24 horas pero da nostalgia pensar que lo más probable es que no vuelvas a ver a esas personas con las que has compartido un cachito de tu vida.
Llegué a casa y encendí el ordenador. Tenía que hacer un artículo para el día siguiente y buscar alojamiento para Mostar. Andaba en esos menesteres cuando la señora de la casa llamó a la puerta y entró en mi habitación. Me preguntó qué tal había ido el día y se mostró más agradable y, sobre todo, más “normal” que por la mañana. Nuestra charla, inexplicablemente, derivó en su divorcio, en que su vida no era fácil y en que su prioridad eran sus hijos. Se sentó en mi cama, a mis pies, y la mujer continuó abriéndome su corazón. Me pareció un momento un tanto surrealista y aproveché para preguntarle una duda existencial que me atormentaba: ¿por qué tanto la puerta del portal, como la de entrada a la casa y, lo más importante, la de mi habitación estaban siempre abiertas? ¿Es que en Dubrovnik no había ladrones?
Mi última mañana en Dubrovnik la pasé caminando por el centro, introduciéndome en las callejuelas y tratando de inspeccionar cada rincón. Volvía a hacer calor ese día y el trayecto hacia la estación de autobuses cargada con mis dos mochilas se me hizo mortal. Compré algo de comer, me senté en un banco a redactar otro artículo y a esperar el bus que, por fin, me llevaría a Bosnia.