La Guajira (Colombia), donde los peajes se pagan con galletas

Las construcciones de madera y paja son muy populares en La Guajira

La primera vez que pisé La Guajira (Colombia) fue en 2018. Entonces, fue una pequeña aproximación a esta región del Caribe colombiano que hace frontera con Venezuela. Sobre todo me llamaba la atención que se trata del territorio que acoge la comunidad indígena más importante de Colombia: los wayúu. También, que La Guajira sea en realidad un extenso desierto en el que la escasez de agua es el día a día de sus habitantes. Sin duda, algo curioso porque a solo dos horas de la capital (Riohacha) está la Sierra Nevada de Santa Marta, tan verde y frondosa por el agua incesante que recibe.

La Guajira es el segundo departamento más pobre de Colombia. La pobreza afecta a más del 60 % de la población, de acuerdo con unas estadísticas recientes. Increíble, ¿no? Más allá de Riohacha, cuando te adentras en esa llanura desértica casi no puedes comprender cómo pueden vivir sus habitantes en esas condiciones, en ese terreno en el que apenas crecen unos matojos y unos cactus. Afortunadamente, La Guajira tiene mar, por lo que muchos viven de la pesca. También el comercio de sal es uno de los sustentos de este departamento, como puede observarse en la localidad de Manaure.

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Para conocer La Guajira, una de dos: o contratas un tour o te armas de paciencia. Yo opté por la primera opción tanto en 2018 como en 2021, hace solo un par de meses. En este departamento, eso de tomar un autobús para saltar de sitio en sitio no tiene ningún sentido. De eso te das cuenta una vez que dejas atrás Riohacha.

Los recorridos turísticos te llevan a dos lugares fundamentalmente: Cabo de la Vela y Punta Gallinas. Eso sí, la primera parada siempre es la misma: Uribia. Uribia está considerada la capital indígena de Colombia. Con tal estatus, uno no se espera que sea un pueblo polvoriento y cochambre. Esperas que tenga “algo”, pero nada de nada. Esta primera parada tiene una misión: que los turistas compremos dulces a los niños que nos iremos encontrando en el camino. No entiendes muy bien a qué se refiere, pero lo haces. En 2018 también compré una pasta de dientes en una tienda polvorienta y de la caja me salió una cucaracha muerta. Ese es el nivel.

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Entonces, poco a poco la carretera va fundiéndose con la tierra hasta que ya no hay asfalto. Por delante hay unas 3 horas hasta Cabo de la Vela, donde se suele pasar la primera noche. El color ocre de la tierra es durante bastante rato lo único que ves. Tú vas con aire acondicionado en el jeep (porque coches convencionales no entran ni de coña), pero afuera tiene una pinta de hacer un calor…Y lo hace. Alrededor parece que crecen algunas malas hierbas y de repente comienzas a observar casas hechas con troncos de madera y paja desperdigadas. Son las famosas rancherías, donde viven los wayúus. Algunas son un poco más curradas que otras, pero, en general, son viviendas humildes.

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Comienzan a aparecer los primeros niños. Van descalzos y polvorientos. Corren detrás del jeep extendiendo los brazos. Saben que somos turistas y que les llevamos cosas. A veces, paramos para darles alguna chuche que hemos comprado. Y entonces salen niños como setas, no sabes muy bien de dónde, pero de repente tu jeep está rodeado de niños llenos de polvo y con ropas sucias. Les entregas un chupa-chups o unos caramelos y son los más felices del mundo. De cuando en cuando también salen madres con bebés que no tienen ningún pudor en extender su brazo.

A veces el paisaje monótono se llena de color gracias a los vistosos bolsos wayúu que salpican el camino. Estos artículos (que ellos llaman mochilas) son característicos de La Guajira. Todos tienen idéntica forma, aunque se presentan en diferentes tamaños y, por supuesto, colores. Parece ser que la elaboración de estos bolsos es la principal dedicación de las mujeres wayúu.

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Conforme te adentras en territorio guajiro, los “peajes” se hacen cada vez más frecuentes. Los “peajes” son simplemente unas cuerdas que los wayúus atan en dos palos para que ningún coche pase sin “pagar”. El pago son galletas, dulces, café y, en general, todo aquel alimento que lleves contigo. Incluso hay quienes rechazan la comida y simplemente te piden agua. Agua. Estos cobradores en su mayoría son niños, aunque también hay ancianos que se pasan el día bajo el sol esperando a ver qué traen los turistas. Son los menos, pero también hay algún listillo que no acepta las galletas y te pide dinero. En estos lares hay que saber racionar el botín pues los “peajes” se pagan tanto de ida como de vuelta y ¡ay de ti si llegas a alguno con las manos vacías!

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Cómo es el alojamiento en La Guajira

Lo habitual es alojarse la primera noche en una ranchería en el propio Cabo de la Vela o un poco antes. Puedes elegir entre dormir en un chinchorro (similar a una hamaca colgada) a la intemperie o bajo techo. Yo probé las dos. Dormir en un chinchorro no es lo más cómodo del mundo, aunque acostarse y despertarse con el sonido del mar (que está a un paso de ti) es muy bonito. La segunda vez dormí en una habitación sin lujos y con baño privado sin agua. Te dejan un balde de agua salada para echar por el WC después de hacer tus necesidades y otro de agua dulce para ducharte y lavarte la cara. Todo muy rústico.

Por lo general, todas las comidas están incluidas en el precio del tour, pues no suele haber mucha oferta de restauración a tu alrededor.

Llegada a Cabo de la Vela

Cabo de la Vela es una de las visitas más esperadas, aunque es probable que antes conozcas otros lugares como Playa Arcoíris. Desde lejos, no parece gran cosa, pero conforme te acercas descubres el porqué de su nombre, pues los destellos del sol chocan contra las rocas formando muchos colores. No es lo único que choca contra las rocas; también, el bravo oleaje. Como te descuides un poco, ¡acabas empapado!

La visita a Cabo de la Vela arranca ascendiendo al Pilón de Azúcar. La caminata no es dura, pero si la haces en chanclas puede complicarse un poco. Arriba te esperan increíbles vistas de la Playa Dorada, donde te bañarás después.

 

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Por último, ya solo queda contemplar el atardecer en el Faro de Cabo de la Vela. En estos tiempos escasean los turistas, pero, de un momento a otro, sin saber de dónde, el Faro se llenó de curiosos que tampoco querían perderse la caída del sol.

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Cómo es el viaje en jeep por La Guajira (Colombia)

¿Que cómo es el viaje en jeep? Un infierno, así te lo digo. Y si encima te toca en la parte trasera, mucho peor. Prepárate para botar y tratar de evitar continuamente no darte con la cabeza en el techo. Apoyarte en la ventana para dormir puede ser la peor decisión de tu vida porque los golpes están asegurados. No olvides que el terreno es muy irregular y las carreteras no están asfaltadas.

Esta fue, para mí, la peor parte del viaje. Son muchas horas las que te pasas sentado en el jeep para, la mayoría de veces, simplemente bajarte 30 min a contemplar cierto lugar. Lo bueno es que si te tocan compis tan divertidos como los nuestros, el viaje se hace muy ameno. Lo malo es que si te toca un conductor que ama el vallenato y solo tiene un disco, acabarás con ganas de tirarte (o tirarlo) por la ventana.

Lo peor, sin duda, es el viaje de vuelta porque desde Punta Gallinas (el destino final) hasta Riohacha son más de 7 horas y sin paradas. Además, ya te has acostumbrado tanto al paisaje que ya ni te sorprende.

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Punta Gallinas: la joya de la corona

En esta excursión, el objetivo estaba claro: llegar a Punta Gallinas. Pero, ¿qué es este sitio? Nada más y nada menos que el punto más al norte no solo de Colombia, sino de América del Sur. Alcanzar este lugar sonaba interesante, ¿no? En este rincón del continente americano se erige un faro y un bonito escenario marítimo para una fotografía, pero lo realmente guay fueron las dunas de Taroa, ubicadas no lejos de Punta Gallinas. Las dunas de Taroa sí daban para mucho más que solo una foto.

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En este sitio, no quedaba otra que atravesar la suave y ondulante arena hasta llegar al mar. Desde la cima, muchos optan por surfear las dunas. Yo preferí bajarlas corriendo, sabiendo que, pese a la cuesta pronunciada, jamás llegas a caerte. Ya experimenté esta sensación en el desierto de la Huacachina en Perú. Recuerdo en aquel desierto que subí reptando las dunas muerta de miedo por si me caía. Posteriormente, me armé de valor y corrí arena abajo comprobando que, efectivamente, no pasaba nada. Nada de nada.

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En realidad, lo osado de las dunas no es la bajada, sino la subida de regreso, pues ese sol incansable guajiro no da tregua alguna.

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