Capurganá: el lugar más exótico del Caribe colombiano

Nunca hubiera imaginado que en una hora de vuelo desde Medellín cambiase tanto el paisaje. Había escuchado hablar un millón de veces del departamento del Chocó, uno de los más pobres de Colombia y de población mayoritariamente negra. El Chocó se extiende sobre todo en la costa del Pacífico, aunque también tiene una pequeña salida al mar Caribe.

De Capurganá había escuchado hablar maravillas. Se trata de un rinconcito convenientemente situado en la frontera con Panamá, a las puertas de la frondosa selva del Darién, un lugar que poco a poco se está abriendo al turismo, pero que, afortunadamente, continúa manteniendo su esencia. Dado que a un lado tiene el mar y al otro, la selva, solo puede accederse por agua y aire.

Sapzurro
Sapzurro, al lado de Capurganá

Medellín, la ciudad de la eterna primavera y dueña de uno de los mejores climas que he conocido en mi vida iba quedando atrás y dejaba paso al calor sofocante y pegajoso del departamento del Chocó. La avioneta (una aeronave con menos de 20 plazas no podía llamarse de otra forma) aterrizó puntual en Acandí, un pueblo a 20 minutos en lancha de Capurganá (y qué 20 minutos).

¿Este es el aeropuerto?

Nos recibió un aeropuerto que, más que aeropuerto, era una caseta en medio de un campo de plátanos. La desigualdad existente en relación a otras regiones de Colombia quedaba clara ya desde esos primeros minutos bajo el sol abrasador. Mientras esperábamos que una carretilla sacase nuestras mochilas de la bodega de la avioneta, salí de aquel aeropuerto-caseta y comprobé que no había rastro de taxis o cualquier otro vehículo «normal». En su lugar, una especie de carros tirados por caballos esperaban pacientemente. ¿A nosotros?

Aeropuerto Acandí
Nuestro taxi esperándonos

No hay mejor manera de aterrizar en un sitio que sorprendiéndote desde el principio. Sabría, entonces, que la escapada a Capurganá sería especial. En realidad, creo que no hay minuto desde la llegada al aeropuerto hasta el día que cogimos la lancha para volver a tierra firme que tenga desperdicio.

Aunque, al ver los caballos, te haces una idea de cómo va a ser tu traslado desde el aeropuerto, nunca sabes bien cómo será exactamente hasta que el chófer te hace sentarte sobre una tabla con los pies colgando. Las maletas en medio, las personas en los extremos de la tabla. Por delante, un trayecto de una media hora aproximadamente por caminos de tierra donde no hay prácticamente nada a tu alrededor.

Un tortuoso viaje en lancha

Una vez en el muelle, toca coger una lancha a Capurganá. Habíamos leído que siempre recomiendan sentarse en la parte trasera, pero faltaría un poco para entender por qué. El mar en esa zona se pone revuelto. Cada vez que el lanchero chocaba contra las olas, no solo te empapabas, sino que te levantabas del asiento. Todo ello, acompañado de los gritos de los pasajeros de las primeras filas (o sea, de nosotras, las pardillas). A más gritos, más chocaba contra las olas.

El lanchero parecía divertirse mucho con los gritos de las turistas. Yo solo podía pensar en mi ordenador. ¿Y si volcamos y se me moja? En serio, creo que hay montañas rusas del parque de atracciones que dan menos miedo que eso.

En Capurganá nos recibe un poblado rudimentario, humilde, auténtico. Los pocos blancos que ves son turistas, pues la población autóctona es negra. Nos recibe un jovenzuelo moreno de unos 18 años que, sin mediar palabra, se acerca a nosotras y nos coge las mochilas. Nos sube a un mototaxi. Para llegar a nuestro alojamiento-cabaña hay que dejar atrás el pueblo y sumergirse en la selva. Es increíble donde nos encontramos. Mi compi y yo no podemos parar de fliparlo con todo.

Una cabaña en el paraíso

Nuestra cabaña es idílica. Está en medio de la selva, de la nada, es de madera y tiene hamacas por todas partes. Exactamente el alojamiento que te imaginas cuando piensas en un paraíso. La regentan una señora colombiana y su esposo, un italiano de lo más agradable. En las tardes, son frecuentes los cortes de luz, pero no pasa nada porque tienen generadores. Por supuesto, no puedes echar nada al WC, ni papel higiénico, aunque eso es algo a lo que ya te acostumbras si estás un tiempo en Colombia.

En las noches, cuidadín con dejar la puerta abierta y la luz encendida. Por supuesto, hay mosquiteras, pero es mejor evitar el peligro. Hace un calor superhúmedo que afortunadamente puede remediarse con un ventilador. En Capurganá sudas todo el día. Sudas, pero eres feliz.

Capurganá
La playa de Capurganá

Mucho verde, bares de pescado y playas vírgenes

Capurganá mola porque lo notas auténtico. El pueblo en sí son cuatro calles que, cuando llueve (o sea, todas las noches), se convierten en un lodazal. Casitas de colores y medio cochambres, restaurantes y puestos de souvenirs componen el camino hasta el muelle y la playa. El menú en este lugar está más que claro. Siempre hay un plato de pescado fresco que comer, que se acompaña con arroz con coco, ensalada y patacones (plátanos machos fritos). De beber, cualquier jugo tropical.

Por aquí, abunda una fruta llamada carambola, que tiene forma de estrella y que, tomada con sal, está fresquísima y riquísima. También es habitual pedir ceviche, pero muy diferente al peruano, aunque sabroso. Y langosta, a precios bastante asequibles.

carambola
La fruta de la carambola

La playa de Capurganá es pequeña, pero espectacular. En ella hay bares de madera donde tomarte un coco y palmeras de esas curvas que te imaginas cuando piensas en el Caribe. Y tú solo puedes pensar que estás aquí, en este maravilloso lugar. El agua del mar está exactamente como te imaginas el Caribe: ¡caliente! Capurganá fue mi primer contacto con este mar.

Más allá de esta pequeña y única playita comienza a espesarse la selva. Las palmeras se suceden larguiruchas, adornando la costa y regalándote maravillosas fotografías. Eso, a quien haga buenas fotos porque con mi móvil salieron un poco chufa.

Capurganá
Capurganá

Qué hacer en tus días en Capurganá

Nuestra cabaña era tan guachi (Cabaña Tucán Capurganá) que te daban ganas de estar tumbada en la hamaca todo el día. Pero no has venido para estar tirado a la bartola, ¿no? Estábamos en el paraíso y había que aprovecharlo. Son bastantes cosas las que pueden hacerse en Capurganá, dependiendo de los días que estés. Estas son las imprescindibles:

  • Cruzar a Panamá

Cruzar a Panamá es un sí o sí si estás en Capurganá, así que cálzate tus botas y prepárate a sudar como un gorrino. Como dije anteriormente, Capurganá es uno de los últimos pueblos antes de llegar a Panamá. Para ello, hay que atravesar la selva del Darién, uno de los lugares prohibidos hace algunos años. Por lo visto, este territorio estaba tomado por los grupos narcotraficantes, que lo utilizaban como refugio y también para llevar su mercancía. Realmente desconozco si hoy en día la totalidad de este bosque tropical es seguro, porque es inmenso, pero al menos sí la senda ecológica que une Capurganá-Sapzurro-La Miel.

El camino, para qué negarlo, es exhausto. Realmente no es difícil, pero la humedad del 80% hace que te canses enseguida. Estás mojada desde el primer minuto, cansada, con sed, sin ganas de andar… El primer tramo es, quizás, el peor, pues es sobre todo cuesta arriba. Pero entonces llegas a la primera parada, una especie de frontera donde tienes que pagar 3.000 pesos (menos de 1 euro) a un buen señor que vende bebidas y te regala un poco de frutita mientras te paras a descansar y te cuenta su vida. También vende zumo de noni, un fruto de un sabor horrible pero que, por lo visto, te pone a tope.

Capurganá
Aquí tienes que pagar un peaje, pero al menos puedes sentarte

Al hombre se le veía con ganas de seguir conversando todo el día, pero nosotras teníamos que seguir la marcha. La siguiente parada sería Sapzurro, ahora sí, el último pueblo de Colombia. Podría decirse que Sapzurro es incluso más virgen que Capurganá, con mucho menos turismo. Llegamos derrotadas y sudadas, así que fuimos derechitas a la playa. La playa, virgen y, sobre todo, vacía, nos sirvió para reponer fuerzas. No solo estábamos dándonos un chapuzón en las aguas cálidas del Caribe, sino que las teníamos para nosotras solas.

Sapzurro
Sapzurro

Desde Capurganá a La Miel (primer pueblo de Panamá) pueden ser como unas 3 o 4 horas. La Miel es un pueblo muy cuqui, cuya playa es incluso más increíble que la de Capurganá y Sapzurro. De nuevo, y siento si me repito, exactamente la que imaginas cuando piensas en el Caribe.

Panamá playa
La Miel, en Panamá
  • Caminar a La Colquerita

La Colquerita es un sitio curioso regentado por unos hippies. Se trata de una especie de bar con piscinas naturales edificado en un acantilado. Las piscinas, de hecho, son las que ha ido formando el mar al chocar contra las rocas, de ahí que sean de agua salada y llenitas de cangrejos. El sitio tiene un aire bohemio, con hamacas, música, bebidas, aunque, quizás, la pega es que está a rebosar de gente y siempre da la sombra (al menos por la tarde). No obstante, es guay de ver. Para llegar, el camino no es del todo fácil, sobre todo el último tramo, donde han tenido que habilitar unas cuerdas para que no te despeñes por la montaña.

Capurganá
Piscinas naturales en La Colquerita
  • Ir a Bahía del Aguacate

Alguien nos dijo que Bahía del Aguacate estaba a un paso de nuestro alojamiento, así que decidimos ir caminando. De repente, nos vimos sorteando rocas, subiendo caminos empinados, bajándolos y, de nuevo, exhaustas y sudadas. Lo cierto es que Bahía del Aguacate estaba a tomar vientos, pero bueno, así nos iríamos entrenando para Ciudad Perdida, que falta nos hacía.

Bahía del Aguacate es una playa pequeñita, fundamentalmente de piedras, aunque con el agua bastante cristalina. No nos impresionó demasiado, pero, en cualquier caso, mucha gente la recomendaba. Desde ahí salen lanchas para volver a Capurganá, aunque es conveniente preguntar al llegar y estar pendiente. Si tenemos que regresar a Capurganá caminando de nuevo nos da un chungo, vamos.

Capurganá
De camino a la Bahía del Aguacate

Una aventura nocturna, con diluvio, ríos que se desbordan y serpientes

Como no todo iba a ser bañarnos en la playa, comer pescado y atravesar bosques tropicales, decidimos salir un día por la noche por el pueblo. Apenas había ambiente, así que pensamos en tomarnos una cervezueli y a casa. Al final, la cosa se animó y nos quedamos un poco más de lo previsto. Por si fuera poco, comenzó a llover torrencialmente (como siempre llueve en esos lares) aunque no le dimos importancia.

A eso de las 3.00 am emprendimos la marcha a casa. Seguía lloviendo, pero menos. Como nuestra cabaña no estaba en el pueblo, sino en medio del bosque, necesitábamos coger un mototaxi para llegar, que tardaba como unos 15 minutos. Al final, encontramos una especie de moto con remolque, donde íbamos varias personas.

La verdad es que daba yuyu adentrarse a esas horas por la selva, pues la única luz que había era la del faro de la motillo esa que nos llevaba. Nos dimos cuenta de que tuvimos que sortear varios charcos, algunos bastante profundos. Vaya, parecía que había llovido bastante. Pero, de repente, algo paró el carromato ese. La poca luz hizo que viéramos frente a nosotros un charco que se había convertido en río, con una fuerza que espantaba. El agua estaba subiendo. El remolque intentó atravesar aquel río, pero se quedaba encallado. Así que genial idea del conductor: amigos, me vuelvo al pueblo, quienes quieran seguir adelante, tendrán que hacerlo a pie.

¿Cóóóómo? De repente, tocaba bajarse del carromato, descalzarse y meterse en aquel pantano que se había formado y que llegaba más arriba de las rodillas, con el agua golpeando con fuerza y subiendo cada vez más. Entonces, uno de los pasajeros, al bajar dijo: ¡Cuidado, una serpiente! Lo que faltaba, descalzos, en mitad de la noche, del bosque y del agua y con una serpiente. Genial. Dabuti. Nos bajamos todos y la moto apagó la luz.

Nos quedamos a oscuras en medio de la nada, con la única linterna de los móviles. Un chavalín se ofreció a cruzarnos chica por chica porque era imposible hacerlo sin ayuda. El agua tenía tanta fuerza que te podía arrastrar en un santiamén. Cuando llegó mi turno, podía sentir cómo los troncos que bajaban río abajo me golpeaban y yo solo quería llegar a la otra orilla porque tenía la sensación de que si el chico, por lo que fuera, se tropezaba, nos arrastraría la corriente.

Finalmente cruzamos todos. Por fortuna, no estábamos lejos de nuestra cabaña. Íbamos descalzas por el barro, aún con las piernas temblorosas y con la linterna del móvil. No podíamos dejar de preguntarnos: ¿qué acaba de pasar?

Capurganá
Casitas en Capurganá

Cómo llegar a Capurganá

Por aire

La aerolínea Ada Airlines cubría varias veces a la semana la ruta Medellín-Acandí, pero, según dice su web, parece que ha cancelado las rutas desde hace solo unos días. No sé si será definitivo, habrá que estar atento. Desde Acandí, como mencioné anteriormente, salen lanchas hasta Capurganá.

Capurganá, por lo visto, también tiene un aeropuerto, pero no tengo muy claro qué aerolínea opera en él ni hacia dónde.

Por mar

Desde las ciudades de Turbo y Necoclí sale un catamarán diario por la mañana temprano. Desde Necoclí, el viaje dura en torno a 1 hora y media, mientras que desde Turbo son 2 horas y media.

Recomiendan encarecidamente hacerlo desde o hasta Necoclí, no solo porque el tiempo es menor, sino porque desde Turbo parece que el mar está más picado y, dado cómo cogen los lancheros las olas, te cagas encima. Nosotras hicimos el trayecto en catamarán Capurganá- Necoclí y nos sentamos a la izquierda y al final, donde supuestamente se sienten menos los choques contra el mar. La gente que se sentó en la derecha se empapó literalmente y no paraba de botar.

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